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lunes, 27 de noviembre de 2017

La Canción de Roland (33/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión


33.- El Juicio de Dios

En la ancha pradera, cerca de Aquisgrán, los dos barones se disponían a lidiar en juicio de Dios sobre la inocencia o culpabilidad de Ganelón. Los dos caballeros eran valientes y esforzados y sus caballos rápidos y fogosos.

En la pradera estaban los jueces y una gran muchedumbre. También estaba Carlos, el emperador de la dulce Francia. Temía por el duque Terrín que tan gallardamente había salido en defensa de la verdad.

Pinabel y Terrín espolorearon sus corceles y soltaron las riendas. Se rompieron los escudos que volaron en pedazos, las cotas quedaron desgarradas y se partieron las cinchas. Dura era la pelea porque en ella iban muchas vidas en juego. Al caer las cinchas se volvieron las monturas y cayeron al suelo las sillas.

Un grito de sorpresa y de temor estremeció a todos los que presenciaban el combate.

Los dos guerreros cayeron al suelo, rápidamente se levantaron sin temor alguno. Pinabel era fuerte y Terrín no le iba a la zaga. Se buscaron uno a otro con ánimo de asestar al adversario el golpe decisivo, ahora ya no tenían corceles. Con sus espadas golpearon sobre los yelmos de acero.

Cien mil franceses los contemplaban acongojados.

El emperador Carlos no perdía ni un solo movimiento. Su congoja aumentaba al pensar que podía morir el duque Terrín.

-¡Dios mío! –exclamaba-. Os pido que resplandezca la verdad. Que gane el duque Terrín y que Ganelón sea declarado culpable.

En una pausa del combate habló Pinabel en los siguientes términos:

-¡Ríndete, Terrín! No seas obstinado, piensa que soy el más fuerte. Si lo haces yo seré tu vasallo, dispondrás de mis riquezas y de todo cuanto de plazca. Sólo te pido que encuentres el modo de salvar a Ganleón, que el rey llegue a un acuerdo con él.

Y contestó el duque Terrín:

-No me rendiré jamás, Pinabel. Si aceptara lo que me propones sería un vil y nadie podría mirarme más a la cara. Sigue luchando conmigo, Pinabel, y será Dios quien decida quién tiene razón.

Y cómo Pinabel no contestó a sus palabras, el duque añadió:

-Eres un hombre muy valiente y esforzado y nadie ha podido hasta ahora reprocharte acción alguna deshonrosa. Mal has hecho en defender al traidor de Ganelón a pesar de tu parentesco. Renuncia a este combate y yo haré, en gracia a tu conducta pasada, que recobres el favor de Carlomagno. Pero en cuanto a Ganelón, no te preocupes más de él. Se le hará justicia y de tal manera que se hablará de ella durante mucho tiempo.
Entonces, Pinabel replicó con voz firme:

-No, duque Terrín. No me place tu propuesta. No renunciaré al combate porque sé que tengo razón. Quiero defender a mis parientes por encima de todo. Deshonrado quedaría si tal cosa no hiciera. Antes morir que sufrir un reproche en tal sentido.

Y ambos guerreros volvieron a pelear con encarnizamiento. Manejaron con sin igual destreza las espadas sobre los yelmos incrustados de oro. Nadie podía ya separarlos y hasta el cielo llegaban las chispas que desprendían sus armas. La suerte estaba concedida: uno de los dos tenía que morir.

Pinabel de Sorence era un valiente caballero, golpeó a Terrín sobre su yelmo con tanta furia que saltaron chispas que inflamaron la verde hierba. La espada de Pinabel alcanzó la frente de su adversario y le rozó la cara. Salió sangre de su mejilla derecha y la cota quedó ensangrentada desde la espalda al vientre. Pero Dios protegía al duque Terrín. A pesar de la herida, Pinabel no consiguió derribarle.

El duque Terrín vio que estaba herido en la cara, pero no retrocedió ni pensó en pedir tregua. Golpeó a Pinabel sobre el yelmo, lo rompió y hendió hasta el nasal haciendo que se derramara el cerebro del cráneo.



Hundió la espada en la herida y Pinabel cayó muerto en el suelo.

Aquél fue el golpe que decidió la pelea, y todos los franceses exclamaron:
-¡Dios ha hecho el milagro! Es de ley que Ganelón sea declarado traidor y ahorcado, lo mismo que todos los parientes que respondieron por él.

El emperador Carlos elevó una oración de gracias al Dios omnipotente, que se había puesto, como siempre, al lado de la justicia y la verdad.



jueves, 9 de noviembre de 2017

La Canción de Roland (32/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión


32.- Terrín y Pinabel

Carlos estaba consternado al ver que todos sus amigos le abandonaban. Querían que personara al infame Ganelón y olvidara la muerte de Roldán. Jamás podría consentirlo. Pero ¿qué podría hacer?. 



Habían procesado a Ganelón y los mismos jueces querían absolverle. Además, Pinabel se había erigido en defensor del acusado y alguien tendría que luchar contra él para sostener la acusación.

-¡Desdichado de mí! –exclamó el rey- ¿no habrá justicia sobre la tierra?.

Entonces se levantó el caballero Terrín, hermano de Godofredo, duque angevino.
Terrín era enjuto de cuerpo, cetrino, de cabellos negros y rostro moreno. Aunque no era de elevada estatura tampoco podría decirse que fuera bajo.

Con mucha cortesía se dirigió Terrín al emperador en los siguientes términos:

-No tengáis pena, señor mío. He estado con vos mucho tiempo y os he servido con lealtad. Por el honor de mis antepasados debo intervenir en el juicio contra Ganelón. Mi opinión es la siguiente: aunque Roldán hubiese odiado a Ganelón este no era motivo para que provocase su muerte, Roldán estaba a vuestro servicio, señor, y confiaba en ello. Roldán cumplió con su deber y al traicionar a Roldán, Ganelón os traicionó también a vos. Ganelón es pues, un felón, ha sido perjuro y truhán. Considero que por ello ha de ser ahorcado y su cuerpo ser tratado como el de un villano. Si hay algún pariente suyo disconforma con mis palabras que sepa que estoy dispuesto con mi espada a sostener mi juicio.

Muchos de los presentes cambiaron de opinión al oír las palabras de Terrín y exclamaron:

-Tiene razón el duque Terrín. Ganelón es un traidor y debe de ser declarado culpable de felonía.

Avanzó entonces Pinabel. Era un hombre corpulento y fuerte, valiente y ágil. Sería temible en el combate.

Pinabel se dirigió al rey y le dijo con mesuradas palabras:

-Este es el tribunal, señor. Ordenad suspender toda discusión. El duque Terrín ha expuesto su opinión y yo la mía. Vamos a combatir para dirimir el pleito y que gane quien tenga razón.

Pinabel tendió al rey, en el puño, un guante de piel de ciervo: era el guante de su mano derecha.

El emperador aceptó, pero dijo a Pinabel:

-De acuerdo, acepto la pelea, pero deberéis dar buenos rehenes.

Treinta parientes de Ganelón se ofrecieron en garantía. A su vez el rey ofreció los suyos. Todos quedaron bajo custodia hasta que fuese conocido el justo derecho.

El duque Terrín presentó al emperador su guante derecho. Todos opinaron que el reto era legal y Ogier el danés fue el encargado de concertar los detalles del desafío.


Después, ambos contendientes pidieron sus caballos y sus armas.

Antes del combate Terrín y Pinabel se confesaron y fueron bendecidos y absueltos. Oyeron misa y recibieron la comunión.

Una vez hecho todo esto volvieron a presencia de Carlos. Se calzaron las espuelas y vistieron las cotas. Ciñeron las espadas, colgaron de su cuello el escudo y empuñaron las lanzas. Por último, montaron en sus rápidos corceles.


Lloraron entonces cien mil caballeros la suerte del buen Terrín, que defendía el honor de Roldán. ¿Quién saldría victorioso?, sólo Dios lo sabía. 


lunes, 14 de agosto de 2017

La Canción de Roland (31/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión


31.- El juicio de Ganelón



El emperador estaba en Aquisgrán, deseoso de castigar al traidor Ganelón por cuya culpa tanto hombres habían muerto.

Ganelón estaba cargado de cadenas ante el palacio del rey. Los siervos le amarraron a un poste, le oprimieron las muñecas con correas de piel de ciervo y luego le azotaron con varas y bastones.

Era muy merecido el suplicio que se le infligía y Ganelón soportó los dolores en espera de su sentencia.

La antigua gesta cuenta que de toda Francia acudieron vasallos para presenciar el juicio contra el traidor Ganelón. Era día festivo y muchos dicen que coincidía con el del barón San Silvestre.

Reunidos jueces y vasallos el emperador ordenó que Ganelón fuera conducido a su presencia.

Una vez ante él, habló el emperador en los siguientes términos:

-Barones y jueces, estáis aquí para juzgas a Ganelón, según la ley de Francia. He aquí mi acusación: fue conmigo a España con el ejército, pactó con Mársil la entrega de mis huestes. Por culpa suya murieron Roldán, Oliveros, los doce pares y veinte mil franceses. Ha cometido acto de traición.

Y Ganelón respondió sin temer la cólera de Carlos:

-No os ocultaré nada, señor. Es cierto que odiaba a Roldán que me había perjudicado. Es lógico, pues, que buscara su ruina y muerte de la forma que fuese, pero no traicioné ni a Francia ni al emperador.

Entonces los franceses dijeron:

-Celebremos consejo y juzguemos todas estas cosas que aquí se han dicho.
Ganelón se mantenía de pie ante el rey. No le habían hecho mella las acusaciones de traición ni los tormentos.

Mantenía el cuerpo erguido y el rostro impasible. A juzgar por esto podía muy bien pasar por un hombre de bien acusado injustamente.

La mirada de Ganelón se detuvo en cada uno de los jueces. Miró también a treinta de sus parientes que presenciaban el juicio, luego exclamó con voz alta y potente:



-¡Escuchadme, señores barones, por amor de Dios! Es verdad que fui con el emperador a la guerra de España. Estuve allí y serví siempre con lealtad a mi señor. Pero mi sobrino Roldán me odiaba y no perdía ocasión para demostrármelo. Él fue quien me propuso para la embajada cerca del rey Marsil de la cual no podía escapar con vida. Era una ocasión arriesgada y si me salvé fue gracias a mi astucia. Yo había retado a Roldán y a Oliveros antes de partir a Zaragoza. Cómo veis, me vengué del odio de Roldán, pero no soy un traidor.

Y los jueces respondieron:

-Se tendrá en cuenta la defensa de Ganelón.

El proceso de Ganelón había ya empezado. Había en el salón treinta de sus parientes pendientes de su suerte, entre ellos uno de gran prestigio al que todos escuchaban. Se llamaba Pinabel y era dueño del castillo de Sorence. Era un hombre prudente y sabía hablar bien. No se arredraba ante el peligro cuando de pelear se trataba.

Ganelón tenía miedo a pesar de todo y suplicó a Pinabel con voz desgarrada:

-¡Ayúdame, amigo Pinabel! ¡Aparta de mí la muerte y el deshonor!

Y Pinabel, que era muy apegado a la familia, contestó con voz segura:

-No os precuoéis, Ganelón, defenderé vuestra inocencia con la punta de mi espada. Nadie podrá acusaros porque yo salgo fiador de vos.

Ganelón se arrodilló a sus plantas en muda acción de gracias. Se veía salvado.

Entonces entraron en el consejo los bávaros y los sajones, y también los poitevinos, normandos y franceses. También estaban allí un gran número de alemanes y teutones. Las palabras de Pinabel en defensa de Ganelón les habían impresionado a todos.

Uno de ellos se levantó a hablar y dijo así:

-Más valdría dejar las cosas como están. Ganelón ha sido ya suficientemente castigado.

Otro dijo en apoyo a las palabras de su compañero:

-Dejemos el proceso y roguemos al emperador que perdone por esta vez a Ganelón, pues servirá al rey con lealtad y amor como siempre lo hizo hasta que Roldán le exasperó. Además, Roldán ha muerto y nada que se haga podrá devolverle la vida. Por otra parte todos hemos oído cómo Pinabel defiende a Ganelón. Loco sería quien luchara contra él.

Todos aprobaron lo dicho, excepto Terrín, hermano de Godofredo.

Los jueces se dirigieron a Carlomagno y le dijeron con grande muestra de respeto:

-Os rogamos, señor, que libertéis a Ganelón. De ahora en adelante será un fiel vasallo. No el oro ni riqueza alguna nos pueden devolver ya a Roldán, que viva, pues, Ganelón, porque es un ilustre vasallo.

Pero Carlos, el rey, exclamó enfurecido:

-¡Todos sois unos felones! ¡Cuán pronto habéis olvidado a Roldán y la infame traición de este hombre!