jueves, 29 de marzo de 2018

Defunciones en 1911


Bueno, seguimos repasando los vecinos que nos abandonaron en el S.XX, esta vez conocemos a aquellos que fueron enterrados en el cementerio viejo (Hoy Museo de Estelas) en el año de 1911. Te recuerdo que puedes consultar otras actas de defunción en la sección vecinos y en la etiqueta de Defunciones.

Tanto si tienes fiesta estos días como si no, pasa unos felices días. 

FOLIO 19
NÚMERO 18

LUIS MERINO AROZARENA

EN ABAURREA ALTA Á LAS DIEZ Y MEDIA DEL DÍA VEINTE Y UNO DE JUNIO DE MIL NOVECIENTOS ONCE, ANTE D. MIGUEL ARÓSTEGUI, SUPLENTE DEL JUEZ MUNICIPAL Y D. RUFINO ELIZONDO SECRETARIO, COMPADECIÓ D. MIGUEL MARÍA MERINO YRIARTE, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO , TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, DE EDAD DE CINCUENTA Y OCHO AÑOS DOMICILIADO EN ÉSTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 1 CUARTO JREAL, MANIFESTANDO QUE SU HIJO, SANTIAGO LOREA YLINCHETA, DE VEINTE Y UN MESES DE EDAD, NATURAL Y RESIDENTE EN ÉSTE PUEBLO, FALLECIÓ EN EL MISMO Á LAS DIEZ Y SIETE HORAS, Ó SEA Á LAS CINCO DE LA TARDE DEL DÍA DE AYER Á CONSECUENCIA DE “OSTEOSARCOMA” DE LO CUAL DABA PARTE EN DEBIDA FORMA. 

EN VISTA DE ESTA MANIFESTACIÓN Y DE LA CERTIFICACIÓN FACULTATIVA PRESENTADA, EL SR. JUEZ MUNICIPAL DISPUSO QUE SE EXTENDIESE LA PRESENTE ACTA DE INSCRIPCIÓN, CONSIGNÁNDOSE EN ELLA, ADEMÁS DE LO EXPUESTO POR EL DECLARANTE Y EN VIRTUD DE LAS NOTICIAS QUE SE HAN PODIDO ADQUIRIR LAS CIRCUNSTANCIAS SIGUIENTES

QUE EL REFERIDO FIRMADO ERA HIJO LEGÍTIMO DEL DECLARANTE Y DE SU ESPOSA LUISA AROZARENA, MAYOR DE EDAD, DEDICADA A LAS OCUPACIONES DOMÉSTICAS, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO Y AVECINDADA EN EL MISMO.
Y QUE Á SU CADÁVER SE HABRÁ DE DAR SEPULTURA EN EL CEMENTERIO DE LA ÚNICA IGLESIA PARROQUIAL DE ÉSTA LOCALIDAD.  

FUERON TESTIGOS PRESENCIALES D. JUAN ANDRÉS LOREA, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, MAYOR DE EDAD, CASADO, LABRADOR, DOMICILIADO EN ÉSTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 30 Y D. MIGUEL ARÓSTEGUI, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, MAYOR DE EDAD, CASADO, LABRADOR, DOMICILIADO EN ESTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 16.

LEÍDA ÍNTEGRAMENTE ESTA ACTA, É INVITADAS LAS PERSONAS QUE DEBEN SUSCRIBIRLA Á QUE LA LEYERAN POR SÍ MISMAS, SI ASÍ LO CREÍAN CONVENIENTE, 
SE ESTAMPÓ EN ELLA EL SELLO DEL JUZGADO MUNICIPAL Y LA FIRMARON EL SR. JUEZ Y DECLARANTE CON LOS ESPRESADOS TESTIGOS, DE QUE YO, EL SECRETARIO CERTIFICO.



MIGUEL ARÓSTEGUI
MIGUEL MARÍA MERINO
JUAN ANDRÉS LOREA
MIGUEL ARÓSTEGUI
RUFINO ELIZONDO
A LA IZDA VISITADO ENCAJE – VISITADO ENCAJE

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FOLIO 18
NÚMERO 17

JOSEFA MENDÍA URRUTIA

EN ABAURREA ALTA Á LAS NUEVE DEL DÍA SIETE DE JUNIO DE MIL NOVECIENTOS ONCE, ANTE D. JOSÉ MARÍA MERINO JUEZ MUNICIPAL Y D. RUFINO ELIZONDO SECRETARIO, COMPADECIÓ D. PEDRO MENDÍA URRUTIA, NATURAL DE ABAURREA ALTA, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, MAYOR DE EDAD, CASADO, LABRADOR DOMICILIADO EN ÉSTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 43 CUARTO JREAL, MANIFESTANDO QUE SU HERMANA, JOSEFA MENDÍA URRUTIA, DE SESENTA AÑOS DE EDAD, VIUDA, DEDICADA A LAS OCUPACIONES DOMÉSTICAS, NATURAL Y VECINA DE ÉSTE PUEBLO, FALLECIÓ EN EL MISMO Á LAS CINCO DE LA MAÑANA DE AYER Á CONSECUENCIA DE “TABES DORSAL” DE LO CUAL DABA PARTE EN DEBIDA FORMA. 

EN VISTA DE ESTA MANIFESTACIÓN Y DE LA CERTIFICACIÓN FACULTATIVA PRESENTADA, EL SR. JUEZ MUNICIPAL DISPUSO QUE SE EXTENDIESE LA PRESENTE ACTA DE INSCRIPCIÓN, CONSIGNÁNDOSE EN ELLA, ADEMÁS DE LO EXPUESTO POR EL DECLARANTE Y EN VIRTUD DE LAS NOTICIAS QUE SE HAN PODIDO ADQUIRIR LAS CIRCUNSTANCIAS SIGUIENTES

QUE LA REFERIDA FIRMADA ESTUVO CASADA EN ÚNICAS NUPCIAS CON JOSÉ GREGORIO ARÓSTEGUI IRIARTE, NATURAL Y VECINO QUE FUE DE ESTE PUEBLO, YA DIFUNTO, DE CUYO MATRIMONIO NO RESULTÓ HIJO ALGUNO. QUE NO OTORGÓ DISPOSICIÓN ALGUNA TESTAMENTARIA.

Y QUE Á SU CADÁVER SE HABRÁ DE DAR SEPULTURA EN EL CEMENTERIO DE LA ÚNICA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN PEDRO DE ÉSTE PUEBLO.  

FUERON TESTIGOS PRESENCIALES D. JUAN ANDRÉS LOREA, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, MAYOR DE EDAD, CASADO, LABRADOR, DOMICILIADO EN ÉSTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 30 Y D. RAFAEL ARRESE, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, MAYOR DE EDAD, CASADO, LABRADOR, DOMICILIADO EN ESTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 51.
LEÍDA ÍNTEGRAMENTE ESTA ACTA, É INVITADAS LAS PERSONAS QUE DEBEN SUSCRIBIRLA Á QUE LA LEYERAN POR SÍ MISMAS, SI ASÍ LO CREÍAN CONVENIENTE, SE ESTAMPÓ EN ELLA EL SELLO DEL JUZGADO MUNICIPAL Y LA FIRMARON EL SR. JUEZ Y DECLARANTE CON LOS ESPRESADOS TESTIGOS, DE QUE YO, EL SECRETARIO CERTIFICO.

JOSÉ MARÍA MERINO




PEDRO MENDIA

RAFAEL ARRESE

JUAN ANDRÉS LOREA



RUFINO ELIZONDO

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FOLIO 17
NÚMERO 16

ESTEBAN YLINCHETA EGUINOA

EN ABAURREA ALTA Á LAS DIEZ Y MEDIA DEL DÍA DIEZ Y NUEVE DE MAYO DE MIL NOVECIENTOS ONCE, ANTE D. JOSÉ MARÍA MERINO JUEZ MUNICIPAL Y D. RUFINO ELIZONDO SECRETARIO, COMPADECIÓ D. JOSÉ MARÍA YRIARTE YBÁÑEZ, PROVISTO DE SU CÉDULA PERSONAL CORRIENTE, CLASE 10ª NÚMERO 10, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA DE EDAD DE SESENTA AÑOS DOMICILIADO EN ÉSTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 16 CUARTO JREAL, MANIFESTANDO QUE SU HERMANO POLÍTICO O CUÑADO, ESTEBAN YLINCHETA EGUINOA, DE CINCUENTA Y SIETE AÑOS DE EDAD, HIJO DE JUAN JOSÉ Y DE CATALINA, YA DIFUNTOS, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, VECINO DEL MISMO, DE ESTADO SOLTERO Y LABRADOR, FALLECIÓ EN ÉSTA LOCALIDAD EN LA CASA QUE HABITA EL DECLARANTE Á LAS CUATRO DE LA MADRUGADA DEL DÍA DE AYER DIEZ Y OCHO DEL MES ACTUAL Á CONSECUENCIA DE “PULMONÍA GRIPPAL” DE LO CUAL DABA PARTE EN FORMA.

EN VISTA DE ESTA MANIFESTACIÓN Y DE LA CERTIFICACIÓN FACULTATIVA PRESENTADA, EL SR. JUEZ MUNICIPAL DISPUSO QUE SE EXTENDIESE LA PRESENTE ACTA DE INSCRIPCIÓN, CONSIGNÁNDOSE EN ELLA, ADEMÁS DE LO EXPUESTO POR EL DECLARANTE Y EN VIRTUD DE LAS NOTICIAS QUE SE HAN PODIDO ADQUIRIR LAS CIRCUNSTANCIAS SIGUIENTES

QUE EL REFERIDO FIRMADO OTORGÓ TESTAMENTO ANTE EL CURA PÁRROCO DE ESTE PUEBLO, D. NICETO REMONDEGUI Y ESANDI CON FECHA VEINTE Y DOS DE ABRIL DEL CORRIENTE AÑO DE MIL NOVENCIENTOS ONCE.
Y QUE Á SU CADÁVER SE HABRÁ DE DAR SEPULTURA EN EL CEMENTERIO DE LA ÚNICA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN PEDRO DE ÉSTE PUEBLO.  

FUERON TESTIGOS PRESENCIALES D. SERAFÍN CELAY LANDA, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, MAYOR DE EDAD, CASADO, LABRADOR, DOMICILIADO EN ÉSTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 27 Y D. FRANCISCO BAZTERRA CELAY, NATURAL DE ÉSTE PUEBLO, TÉRMINO MUNICIPAL DEL MISMO, PROVINCIA DE NAVARRA, MAYOR DE EDAD, CASADO, LABRADOR, DOMICILIADO EN ESTE PUEBLO, CALLE DE SAN PEDRO NÚMERO 51.

LEÍDA ÍNTEGRAMENTE ESTA ACTA, É INVITADAS LAS PERSONAS QUE DEBEN SUSCRIBIRLA Á QUE LA LEYERAN POR SÍ MISMAS, SI ASÍ LO CREÍAN CONVENIENTE, SE ESTAMPÓ EN ELLA EL SELLO DEL JUZGADO MUNICIPAL Y LA FIRMARON EL SR. JUEZ Y DECLARANTE CON LOS ESPRESADOS TESTIGOS, DE QUE YO, EL SECRETARIO CERTIFICO.

JOSÉ MARÍA MERINO


JOSÉ MARÍA YRIARTE


FRANCISCO BAZTERRA



SERAFÍN CELAY


RUFINO ELIZONDO




domingo, 25 de marzo de 2018

Un poco de tecnología rural


Vuelvo a Abaurrea Alta después de mis vacaciones. Han sido 3 meses de asfalto, dolor de pies, gente, ruido, luces de colores las 24 horas del día, fiestas para juntarnos en familia, momentos para ver a amigos, para conocer sitios a los que, en los 8 meses que quedan por delante no podré volver.
Sé que es mi culpa. Vivo a una hora y media de La Iglesia Santa María de Pamplona, del Archivo General de Navarra y de varios amigos (de toda la vida, hechos recientemente, del gremio..) y a dos horas y media de la Biblioteca de San Telmo, de Gordailua, del Jantzinaren Zentroa, de Aranzadi y de otros tantos amigos..

Ahí andaba yo a vueltas pensando si sacarme el carnet de conducir a estas edades… las vacaciones son el momento para hacerlo, porque no hay autoescuelas en Abaurrea Alta (ni en Aribe, Ochagavía, o cualquier otro lugar al que pueda ir a pie..) 

También quería haberme apuntado al euskaltegi.. pero el día que pasé por delante y tenía unas semanas tranquilas por delante (o eso pensaba) lo encontré itxita en el horario de apertura y sin ningún cartel explicando el motivo (oporrak o lo que fuese).

Así que sigo sin carnet de conducir y con mi euskera macarrónico. Pasarán ya a los propósitos del 2019.



Pero he ido haciendo cosas y las vacaciones se me han pasado volando. Han dado sus frutos y me han enriquecido a todos los niveles (descubrí una tienda-franquicia de libros usados que tenía gran parte de la biblioteca de Aranzadi y compré joyas a razón de 2,50 euros por libro, conocí a gente de San Telmo y Gordailua con quienes me reuní para charlar un poco, me inspiré en el Museo de San Isidro de Madrid, hice la recolección de #Cronosalseos que he de curar a lo largo de este año, apadriné un arbusto en el Jardín del Universo del parque Tamagochi de Pamplona, aprendí un montón de cosas nuevas y me olvidé de otras que ya tenía aprendidas, incluso canté una línea en el Bingo.)

Bueno, pese a que el cartelito que puse en la puerta del Museo de Estelas – Hilarriak pusiese VOLVEMOS EL 15 DE MARZO esto siempre suele ser relativo, porque es difícil preveer los acontecimientos con 3 meses de antelación, porque el Museo está al aire libre en pleno Karadhras, la garita de atención al público no está aislada térmicamente (es de hormigón) y es bien sabido por todos –creo- que el lugar más gélido de cualquier núcleo urbano se encuentra al norte de la iglesia cristiana medieval.
Esto es porque al levantar un edificio alto con planta en forma de cruz, siendo su cabecera apuntada hacia el este y sus pies al oeste, este edificio otorgará sombra suficiente durante todo el día para abrir un portal tridimensional a Arendel en sus peores tiempos.

No te voy a mentir, en el laberinto hay tramos de sol muy agradables, pero en la garita, que está pegada a la iglesia en el oeste hace un frío que pela.


Bueno, pues eso, que lo del 15 de Marzo era orientativo y finalmente anuncié la apertura para el día 17. El día 16 fue de viaje, traslado y deshacer maletas y el día 17 “con suerte” abriría el Museo-Laberinto-Cementerio.

Mil cosas podrían haber pasado: árboles caídos y rotos, movimientos en la iglesia que hubiesen afectado al cementerio (¡no te olvides de que a nuestra iglesia le falta un contrafuerte!), cerraduras agarrotadas por la nieve, estelas rotas (pese a que en su día llegué a entender cuando Violeta Romero, conservadora-restauradora dijo que “las veía estables”), cadáveres que recomponer, estelas sepultadas por la nieve…

Bajé a abrir a “mi hora” pero no las tenía todas conmigo.



Pero me encontré todo en orden: había nevado pero no mucho, la aldaba se portó como debía, algún árbol roto pero sin peligro de caerse sobre las estelas o los visitantes, las estelas en su sitio, enteras y estables.

Lo único malo el wifimierder que parece haber en todo el pueblo, que me hace perder tiempo (¡¿toda el día para leer y contestar un correo?! ¡Shit! ¡Menos mal que adelanté trabajo en mis vacaciones porque ahora se me haría imposible tener el guirigaí de mails que he tenido a principios de mes!  La pregunta es: ¿cómo %·&·/$(“/ podré seguir el ritmo que me había marcado? Confío en que sí.. pero no lo sé. No sé si podré siquiera colgar la estela del viernes o esta entrada del sábado que preparo hoy.)



Conseguí empezar la temporada y el mismo día, después de darle un repaso de rigor al laberinto, atendí a mis primeros visitantes.

Buena gente, hicieron bromas que después se cumplieron (¡no me acordaba de todo!) y me perdonaron. Hicieron preguntas y observaciones superinteresantes y creo que lo disfrutaron. Fue genial porque les animé a subir a las pasarelas pero les recomendé no bajar por la rampa, avanzaron como campeones, subieron a la pasarela y les oí exclamar ¡QUÉ BONITO! ¡HEMOS VENIDO EN EL MEJOR DÍA! Y no sé si tenían razón, pero sé que el cementerio estaba precioso. Como siempre. Está precioso durante todo el año, es bonito ver los cambios de la naturaleza según las estaciones. Ahora toca nieve.

El cementerio estaba precioso y yo atendía a mis primeros visitantes, iniciaba la temporada 2018… y mi cámara de fotos aún sin sacar de la maleta. QUÉ RABIA.
Les di mi tarjeta, les pedí porfa que me mandasen las fotos.. (lo suelo pedir pero casi siempre falla, es normal)

Pero… ¡ya sabía yo que esos visitantes eran fabulosos! Tan fabulosos que me mandaron las fotos y me dieron permiso para compartirlas con vosotros.



Mimi y Toño no vieron “la Tienda del Museo” porque estaba sin desplegar. Tampoco se llevaron de recuerdo su SelfiLarri porque me había dejado la cámara de fotos y me daba miedo subir a la rampa resbaladiza con tecnología rompible de otros.

No vieron las “Novedades del Museo” y me regalaron un bonito recuerdo.. así que como gratitud les he regalado yo una de las novedades:

La tarjeta Amiga del Museo



Está a la venta en @Hilarriak – Museo de Estelas de Abaurrea Alta

Pero bueno, esta entrada lleva el título de “Tecnología Rural” y es para contaros algo que me sucedió al volver a casa. Mi cabeza “urbanita” aterrizó de golpe al ver las telarañas del techo y rincones varios.. zafarrancho de limpieza general: barrer cacas de ratón, poner coladas, fregar cacharros, limpiar cristales.. Ya sabes que soy un poco caótica, había empezado a hacer mil cosas, a avanzar por diferentes frentes.. el KH7 en un rincón, el estropajo en otro, la bayeta sobre la repisa de la ventana, la escoba al fondo del pasillo, el cubo en las escaleras.. el recogedor en el baño.. Avanzaba a buen ritmo cuando algo me paró en seco. Las dichosas telarañas de los rincones y el techo. ¿Qué tenía yo para limpiarlas? ¿Qué usas tú? ¿Una escoba? ¿un plumero? ¿una mopa con mango de esas que venden? Un… ¿qué usas tú?

Yo no tenía nada de eso.. y estaba viendo como montar una cabeza de fregona a un palo cuando casi me meto en el ojo una ramita de esas secas que tengo la manía de poner en jarroncitos por la casa.. y me dije

TATE.

No puedo contarte por aquí el maravilloso invento de tecnología punta que es coger una ramita seca de cardo o similar y lo bien que se retiran todas las telarañas haciendo una madeja.. ¡qué fácil y cómodo! Además, comprobé lo sanas y fuertes que están las diferentes arañas del pirineo navarro. ¡decámetros de hilo sin romperse!

Esa fue la primera tecnología rural que se me ocurrió.

La segunda también estuvo guay.



Estaba en el Museo y la pareja encantadora del sábado me habían dicho que “con la patina no apreciaban bien las labras”. Suele ocurrir, hay que aprender a mirar y tocar también. Existen dudas sobre si las estelas discoideas eran policromadas de manera general, o no, hay restos de pigmentos sobre algunas estelas pero no se han encontrado en las de nuestro valle y tampoco hay un número significativo de estas muestras para afirmar algo tan rotundo.

Además.. ¿Cuándo se empezaron a poner los pigmentos? ¿En qué épocas? …

Miré el cementerio y me puse en la piel de un guarda de cementerio del S.XVII, o en la piel de una familia que va a limpiar la tumba de la casa, está claro que la forma discoidal favorece la visibilidad de la estela pese a la nieve, el cambio de nivel... pero la familia ha de distinguir su estela a la primera, enclavada en el cementerio, entre otras tantas estelas, y para ello la visibilidad de la labra es fundamental.

No me imagino al guarda de cementerio ni a la familia del S.XVII con una Karcher, con una pistola con arena y agua a presión, tampoco me imagino al párroco del pueblo con una brocha y el tintanlux policromando las estelas..y digo yo que la patina natural no habrá cambiado mucho.. que le pregunten a Zumalakarregi si aquí ha nevado siempre.. pero volviendo a la patina.. es interesante saber el tratamiento que se les dio en su día para hacer un seguimiento de cómo han evolucionado.. Llámame loca, pero en el S.XVII tampoco me imagino a un biólogo estudiando los diferentes microorganismos que conforman la patina natural, estidiando como afectan a la piedra y se afectan entre sí.

Nayara, ¿estás tonta? ¡Abaurrea Alta! ¡El Karadras! Meses de nieve, vamos a embadurnar la estela. Que cada familia tiene que ver bien cual es la suya, que hoy hay entierro.
Plis plis, medio minuto.

Y el resultado fue realmente brillante. Me transportó directamente a un cementerio Aezkoano en el S.XVII. ¡Qué maravilla!



¡Tecnología punta!

Es curioso.. Ahora veo que ha sido un gran acierto poner piedrita en el suelo. La nieve aguanta en el suelo casi tanto como antes y el mismo fenómeno que hace que se abra la puerta a Arendel hace que el truco de embadurnar las estelas perdure días.

¡Merece la pena visitarlo con nieve! ¡Es más interactivo y el resultado es espectacular!



Bueno, pues esas son los dos tips (trucos, consejos) de tecnología rural punta que quería compartir contigo.

Que pases un buen finde.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Lectura campestre I: Tío Theodore, Isak Dinesen (Parte 2 / 2)


-¡Mon –dijo el administrador al pensar en las habitaciones del cuarto piso –Dieu! –y al decir esto, expresó sin saber los pensamientos del vizconde.


Los desconocidos sirven de puntal a la gente bien educada, y cuando el administrador se hubo marchado, ambos se pusieron de pie.  Jacques sentía que había conjurado a un fantasma y no sabía que esperar de él. Su alma buscaba con desesperación la imagen de algún santo; toda la antigua piedad religiosa de los Vieusac revivió en él y sus dedos sintieron la ausencia de un rosario. Suzon, como hija del proletariado, pensó en la policía. Estaban pálidos, sin expresión, y se miraban a los ojos.

-Creo que voy a morir –dijo Jacques.

-No –dijo Suzon, y al mismo tiempo -: ¿Cuáles serán sus condiciones?

-¿Las de quién? –preguntó Jacques estupefacto.

-Las de tío Théodore.

-¿Crees que pondrá condiciones? –dijo Jacques.

-Sí, las pondrá –repus Suzon-; dirá que él tiene cierta cantidad para invertir en un negocio. Luego nos pedirá algo a cambio. No se me ocurre qué podrá ser. Tal vez desee que le presentemos gente: banqueros y personas por el estilo, y está en posición de exigírnoslo porque él tiene el capital y nosotros no.

En este punto Suzon repitió ciertas opiniones que había escuchado cuando niña sobre los capitalistas, y que Jacques no sabía cómo contradecir.

Lentamente empezó a comprender que ella estaba en lo cierto. Tío Théodore no era el verdadero tío Théodore sino un aventurero igual que ellos. Esto lo tranquilizó bastante.

-Muy bien –dijo-; que venga.

Los Vieusac no tuvieron valor para recibir a tío Théodore el día de su llegada. Dijeron que lamentaban no poder postergar un corto viaje al paso de Roncesvalles. Aquella noche, a su regreso, mientras subían la escalera, sus corazones latían con furia. Preguntaron al administrador si el tío Théodore había llegado. En efecto, había llegado, dijo el administrador, totalmente envuelto en mantas; el pobre señor parecía sufrir mucho de artritis. El administrador le había comunicado los saludos del señor vizconde, a lo cual no hizo ningún comentario, y poco después se había acostado.

Jacques tenía la sensación de que si perdía de vista a Suzon, tío Théodore caería sobre él como la espada de la justicia celestial; por lo tanto se mantuvo muy cerca de ella. Nunca había sentido con tal fuerza y nitidez cuánto la necesitaba; realmente la quería.

A media noche, ya en la cama, seguían hablando de tío Théodore.

-¿Sabes lo que más me indigna? –dijo Suzon-. Que no se nos haya ocurrido buscarnos un tío Théodore de carne y hueso. Conozco a un hombre en Niza que habría hecho el papel a la perfección.

Por la mañana Jacques no solía estar de muy buen humor, pero después de haber luchado con la incertidumbre durante toda la noche, al amanecer decidió tomar el toro por las astas. Entretanto, Suzon tenía una visión más positiva de las cosas, le agradaba tener un cómplice y se sentía orgullosa de que tío Théodore fuese una idea tan buena como para que alguien se hiciera pasar por él. Lo único que deseaba era que se tratara de una persona inteligente, con la cual pudiesen pactar, de alguien que no perjudicara sus intereses. Como estaba acostumbrada a los parientes ocasionales, pensaba en tío Theodore con mucha libertad. Jacques no era tan audaz, pero muy pronto entró en acción.

¿Quién, en el hotel bañado de sol, podía imaginarse con qué corazón tembloroso subía las escaleras hacia el cuarto piso?



Mientras ascendía, miró el panorama de la ciudad que mostraba la misma apariencia del día anterior. Muchos la habrían considerado adusta e inspiradora de amargos pensamientos, pero Jacques, dentro de su desgracia, tenía un rasgo positivo. Siempre creía que su punto de vista era el único aceptable. Un mes atrás –el día anterior sin ir más lejos- habría mirado con disgusto y conmiseración a las personas que no triunfaban en el mundo, pero ahora que sus cosas iban mal, la desgracia le parecía aristocrática.

El negro de tío Théodore le inspiró un ligero rechazo. Aunque era muy à la mode, nunca había querido tener negros a su servicio, pues no le agradaban. Ahora era casi inevitable que tomara la presencia del negro de tío Théodore como un mal presagio. No obstante, el espíritu de Suzon lo protegía, y habló al negro con serenidad y le pidió una entrevista con su amo. Al poco rato, sólo uno o dos minutos más tarde, se encontraba en el balcón cubierto por un toldo (desde donde se veía un panorama más extenso que desde el suyo, pues se hallaba un piso más arriba), frente a frente con tío Théodore.

Su primera impresión fue que Suzon no tenía nada que temer. Aquel hombre, además, debía ser un gran actor. Tenía todo el aspecto de alguien que ha emigrado de París como cocinero después del colapso del imperio y de la comuna, de quien ha estado a la cabeza de una fábrica de galletas que le ha hecho ganar cien millones de francos y que volvía a la tierra de sus antepasados movido por la nostalgia de los emigrantes. Totalmente envuelto en mantas, se hallaba recostado en una tumbona; saludó a Jacques con dificultad y le ofreció una silla que el negro había traído, pero sin dejar de observarlo con arrogancia propia de las clases bajas. Su autenticidad resultaba molesta y desde el primer momento Jacques se sintió repelido por él.

Después de un rato pareció sorprendido de que el joven noble iniciara su visita con una pausa tan larga. Jacques comprendió que era él quien debía abrir el diálogo.

-¿Tengo el… -no sabía si decir honor o placer- honor de hablar con el señor Théodore Petitsfours?

-Yo soy –dijo el industrial.

-Y yo soy Jacques de Vieusac –dijo Jacques.

-Oh –fue la respuesta de tío Théodore.

-Habría sido más apropiado que usted acudiera a mi –agregó Jacques a quien acababa de ocurrírsele la idea.

-¡Oh! –volvio a decir tío Théodore.

Jacques no sabía cómo continuar la conversación; ni siquiera si estaba seguro de obrar bien o mal al considerar a tío Théodore un descarado. La idea de que era él quien debía llevar la conversación le hacía sentirse incómodo.

-Usted comprenderá –dijo- que nuestro éxito depende de que trabajemos juntos.

-¡Oh! –dijo tío Théodore.

-Pues si la gente comienza a sospechar –prosiguió Jacques- todo estaría perdido.

El tío Théodore no hizo ningún comentario. Jacques se sintió vejado, pero no había nada que hacer.

-Debemos tener muy claro –dijo, aunque para él la situación no resultaba en absoluto clara –nuestra forma de actuar en la comedia que representemos.

La palabra comedia fue un gran hallazgo para Jacques; le devolvió de golpe toda su seguridad. Un emperador romano había dicho en su lecho de muerte que la comedia había terminado; si un emperador podía mirar la vida de esa forma, también podía hacerlo Jacques, y esto por lo menos le facilitaba la manera de enfocar el asunto.

-Ésta es –dijo con una leve sonrisa- nuestra comedia.
Usted ha vuelto de América para redescubrir a su familia; su nombre es, le ruego que no lo olvide, Théodore Petitsfours. En otro tiempo fue cocinero en París, pero ha ganado una fortuna fabricando galletas en San Francisco. Durante su ausencia, su única hermana se casó con el vizconde de Vieusac, cuyo hijo soy yo. Como no existen otros parientes, seremos sus herederos. Ha habido algunas ligeras diferencias entre nosotros, pero ya las hemos superado. Después de nuestra reconciliación se nos verá juntos con frecuencia. Supongo que usted cuenta por el momento con dinero suficiente como para vivir de acuerdo con su rango. Lo que nosotros podemos ofrecerle –continuó Jacques- es mucho más valioso. Gracias a nuestras relaciones usted tendrá entrada en todas partes. Sé que va a decir que nos tiene en sus manos y que no podemos destruirlo. Muy bien, acepto que así sea y espero su respuesta.

  

 Tío Théodore seguía mudo. Jacques se sintió obligado a reanudar la conversación.



-Ahora es el momento –dijo, poniendo cara de romano- que me diga lo que tiene que decirme.

Aparentemente esto no era nada fácil para tío Théodore. Mientras Jacques hablaba había ido incorporándose poco a poco, con gran dificultad, hasta que, gracias a un supremo esfuerzo, pudo ponerse en pie; era una cabeza más bajo que Jacques y tenía el rostro muy encarnado.

-Y bien –dijo Jacques.

En ese instante, tío Théodore le propinó con su mano derecha una tremenda bofetada en la mejilla izquierda, y sin atenerse a las escrituras, le dio un segundo golpe en la mejilla derecha. Parecía querer seguir golpeándolo, pero como si esto resultase demasiado agotador para él, después de una pausa de dos o tres segundos, súbitamente se volvió a sentar. Lo único que le impidió a Jacques saltar sobre él y matarlo fue su enorme parecido con la anciana madame Vieusac, la madre de Jacques, que se hizo patente junto a su enfado.

-Condenado títere –dijo tío Théodore. Y en seguida perdió por completo la voz; se quedó inmóvil hasta que su vieja sangre francesa, que había estado al servicio de la guillotina en el año 93, se sublevó y volvió a impedirle a actuar, esta vez con gran energía -. Condenado títere –gritó- ¡Cochon! ¿De qué me estas hablando? Soy un verdadero francés- Un hijo del pueblo libre francés, que es el pueblo más glorioso del mundo. Mi padre fue obrero, hizo un trabajo decente por treinta céntimos la hora y mi madre, uno indecente por cincuenta. Desde que volví he buscado en vano a mi única hermana. He puesto anuncios en:  Le Matin, Figaro, La Petit Journal, La Patrie y l´Independeance Belge, pero todo ha sido inútil, debe haber muerto y ahora descansará bajo el sagrado suelo de la patria. Sí –gritó mientras se daba a sí mismo golpes que hacían retumbar su pecho-, soy un hijo del pueblo y quien insulta a Théodore Petitsfours insulta al pueblo francés. ¡Cien millones de francos, hágame el favor! Y podríamos decir ciento cincuentamil sin excederme ni en un sou. ¿A qué te referías con ligeras diferencias, eh?  Explica cuál es tu truco, explica a qué obedecen todos esos preliminares, explica qué son esas pequeñas diferencias, explica eso del vozconde de Vieusac, o de lo contrario el pueblo francés te dará una patada y te arrojará por el balcón. ¡Que la madre patria viva muchos años! .

-Cálmese –dijo Jacques de Vieusac-, me iré por mi propia voluntad.

Con paso firme se alejó del balcón cruzando la sala de tío Théodore, pero al llegar al otro extremo se encontró con un muro, donde en vano intentó hallar el tirador de la puerta en medio de un fresco que representaba a Napoleón y la guardia de Fontainebleau. Se volvió, pálido como un muerto.



-Le ofrezco mis disculpas, monsieur Petitsfours, y me marcho por mi propia voluntad. –Después de lo cual encontró el tirador de la puerta y salió.

Bajó las escaleras con el ímpetu de una piedra lanzada por alguien y llegó hasta la planta baja como si Suzon, que lo esperaba abajo, no existiera. En su alma ahora había únicamente un impulso, el deseo de estar solo.

Lo sucedido era extraordinario. En su mente lo calificaba de milagroso, y estaba seguro de hallarse en estado de embeleso. Era cierto que había perdido el control después de recibir aquella bofetada, algo que no le había ocurrido en los últimos diez años; sin embargo no se trataba de eso. No; era como si por un artificio del destino, los golpes de tío Théodore le hubiesen sido dados con buenas intenciones; y los aceptaba con absoluta humildad.

Sabía que le había sucedido algo muy agradable y pasó de largo frente a las habitaciones de Suzon con indiferencia, borrándola totalmente de sus pensamientos, como si no existiera, pues ella sería incapaz de comprender su satisfacción y él tenía que experimentarla plenamente.

Salió en silencio a la calle y comenzó a recorrer la ciudad. Se detuvo a mirar un montón de melones, un paraguas exhibido en la vidriera de una tienda, cuyo mango tallado representaba una cacatúa, como si fuesen visiones insólitas sin conexión con nada conocido.

                Se sentía maravillado de que tío Théodore no fuese un impostor, sino su verdadero tío Théodore, el hermano de su madre; y que entre todos los hoteles del mundo hubiera elegido aquél, dónde conocería a Jacques; y que cuando Jacques le sugirió que unieran sus fuerzas, lo hubiese desenmascarado como a un tunante propinándole a continuación un correctivo. Aquello era un simple percance. Algo que no tenía la menor importancia, pues sólo probaba que el mundo era distinto a lo que él suponía. Así que uno debía actuar rectamente en los duelos, batirse de acuerdo con el código de honor, y también perseguir a los judíos. De ello se inferia que la chica en Lourdes realmente había tenido visiones y que los reyes lo eran por la gracia de Dios. Se hacía evidente que la virtud de los pobres sería premiada y los antimilitaristas recibirían su merecido. Como si todo esto hiciera posible su auténtica felicidad, Jacques sintió que una vasta y tranquila armonía penetraba todo su ser. 

El calor de aquel día se había acentuado hasta hacerse intolerable; el cielo, la tierra y el pueblo se veían igualmente blancos, como si sus colores hubieran sido calcinados,, y entre los sufridos seres humanos y sus animales, el pobre y gordo Jacques caminaba como un hombre común y corriente. La hora de la comida lo hizo volver a la realidad y lo persuadió para que regresara al hotel. El ascensorista le miró, pero Jacques se limitó a fijar la vista al frente. Ni el mismo ascensorista, ni siquiera el tío Théodore existían para él. Cedían el paso a la nueva y abrumadora sensación que lo invadía.

Encontró a Suzon muy alterada. Más tarde Jacques supo que, como él no volvía, ella había subido también al aposento de tío Théodore. Gracias a ella el tío Théodore terminó de armar el rompecabezas. 

. Jacques no logró imaginarse el fin de esa entrevista, pues tío Théodore había hallado en ella una oponente de su mismo temple, y el pueblo francés cuando recibe una patada, responde de igual forma. Ella se sentía muy cansada y pidió que le subieran la comida.  
Suzon le dijo que debían huir. Había empezado a hacer las maletas y su elegante vestuario yacía desparramado por el suelo del dormitorio. Quería irse a Egipto, pues allí tenía una amiga que había hecho fortuna. Pero Jacques no quería hacerlo. Desde su época de estudiante en Inglaterra, le resultaba intolerable vivir en cualquier lugar que no fuera el sagrado suelo francés. Prefería quedarse ahí y hacer frente a lo que viniera.

Apenas habían comenzado a discutir sobre este asunto cuando llamaron a la puerta. Jacques en persona fue quien abrió y franqueó la entrada a su destino. Se le presentó bajo la digna forma del sous-prefet de Cauteretz quien venía acompañado por el administrador del hotel; miró a Jacques, miró a Suzon; a través de la puerta observó detenidamente sus ropas, después de lo cual habló como su fuese un nuevo ángel del libro de la Revelación.

-Señor –dijo a Jacques-, tengo el deber de informarle que Monsieur Théodore Petitsfours ha formulado una acusación en su contra, de tal magnitud, que el sentido de la justicia del pueblo francés requiere, de forma imperativa, una amplia investigación antes de que usted abandone Cauteretz. Se le acusa de haber usado un nombre que no es el suyo y de hacerse pasar ilegalmente por el conde de Vieusac.

Durante algún tiempo los periódicos dieron importancia al escándalo. El pequeño amigo del trabajador, de París, publicó un gran retrato de tío Théodore en primera página con un pie aprobatorio:  «¡Bravo! ¡Un verdadero francés! La historia de la vida de Théodore de Petitsfours. ¡Que los vizcondes y farsantes aprendan la lección!» Entre los amigos de Jacques las noticias causaron pánico. Nadie podía creer que se tratase realmente de Jacques. El duque y la duquesa d´Argueil viajaron a Cauteretz en su limusina para indagarlo. Cuando comprobaron que realmente se trataba de él, se hospedaron en el hotel para asistir al juicio. Merced a los grandes esfuerzos la duquesa obtuvo permiso para visitar a Jacques y le llevó, a escondidas, una botella de vinaigre de vin de toilette, sin el cual él no podía vivir.

Ella asistió a todas las sesiones del tribunal, pero el duque, que había sido muy amigo de Jacques, no pudo soportarlo y finalmente volvió a su casa en automóvil. Hasta entonces los habitantes de Cauteretz se habían detenido a mirar la limusina y rondando a su alrededor algo inquietos y oprimidos por los acontecimientos que se desarrollaban en su entorno, como lo haría un chico vergonzoso después de su primer triunfo.

Podría decirse que Suzon era el punto débil de Jacques. Cuando habló de su familia en Bordeaux, fue desenmascarada de inmediato. El barón Salla había muerto y no pudo aclarar las relaciones entre las personas y los hechos; sin embargo, al analizar el asunto, quedó muy claro que ella nunca había sido mademoiselle Boyer. Cuando Jacques fue interrogado no dijo nada. Sólo abría la boca para decir que era el vizconde de Vieusac y trataba a la corte con desprecio. En este rasgo uno podía recordar al viejo vizconde, algunos de cuyos amigos fueron citados a declarar, aportando una fragante elegancia del siglo diecinueve a la sala de la corte. Uno de ellos opinó que Jacques se parecía al viejo vizconde, otro, que su estilo era muy diferente; pero todos estuvieron de acuerdo en aquel matrimonio, del que habían oído rumores durante algún tiempo, sólo fue una broma de su amigo. Se publicaron anuncios buscando a la hermana de Monsieur Petitsfours por todos lados, pero no fue hallada. Al parecer, Jacques no era el heredero de tío Théodore y el asunto llevaba camino de perder interés.

Entretanto las relaciones entre Jacques y Suzon se habían hecho algo tensas, sin contar con el veredicto que pesaba sobre sus cabezas. Jacques se sentía tranquilo, muy tranquilo y casi feliz. La idea de que estaba cumpliendo la promesa hecha a su madre a un precio tan alto para él, le daba ánimo, valor y tal lucidez, que hasta el carcelero sintió su influjo y reflexionó seriamente sobre unas cuantas cosas. Para Suzon, en cambio, la situación era más complicada.

Estaba dispuesta a apostar su cabeza a que Jacques era un vizconde. A ella le era indiferente que él fuese o no vizconde, pero no podía comprender por qué él se negaba a demostrarlo y esta negativa la hería profundamente, la hería hasta donde Suzon podía ser herida. Se decía que lo más razonable era dejar que se las arreglase él solo, hasta que acudiera a ella a explicárselo todo, pero se había producido un cambio en su carácter que la llenaba de inquietud, y ya no estaba tan segura de que él la siguiera amando. Finalmente comenzó a acosarlo. Esto culminó con una gran escena en la que ella se quitó el anillo de boda y se lo arrojó a la cara.

-No te quepa duda – le dijo-, no te quepa duda, vizconde de Vieusac, que de ahora en adelante no tendré nada que ver contigo. Puedes jurarlo, encanto, pues no volveré a ti aunque el arzobispo de París me lo pida. No volvería a tocarte ni por todo el vil metal de tío Théodore. Ya lo sabes.

Durante el juicio continuó el calor inaguantable. El juez, que era la única persona que no podía mirar el reloj, pues éste estaba colgado a sus espaldas, de pronto se dio cuenta de que tampoco podía pensar. Estaba en un callejón sin salida, pues no podía dilucidar quién era Jacques, y sin embargo, el acusado tenía que ser alguien. Adoptó una actitud pensativa para mantener la compostura y dijo al abogado Delaisson:

-Mi querido amigo, estamos frente a un caso extraordinario.

Esa misma noche Jacques escribió a su madre una carta que decía:

«Querida madre:
Le envío algunos recortes de periódico en los que podrá enterarse de que estoy a punto de ser condenado por decir que soy su hijo. La ley no me inspira ningún respeto y que se me condene justa o injustamente no tiene la menor importancia para mí. Sin embargo, lo que usted pueda pensar al respecto, sí me importa, y confío en que conservará sus nobles sentimientos hacia mi persona. No puedo seguir escribiendo, el llanto me lo impide, aunque las lágrimas en verdad son un alivio.

Su hijo que la ama:

JAQUES LANDRY DE VIEUSAC»



Cuando el carcelero llevó la carta al correo no tenía ni idea de su contenido.

El cartero de Chantilly tampoco lo sabía cuando una mañana de septiembre la entregó a la fiel Victorine, que se hallaba de pie frente a la puerta, y de quien estaba enamorado. Durante su ya larga vida se había enamorado cuatro veces, todas ellas de Victorine, quien nunca le había correspondido.

-Vaya, mademoiselle Victorine –dijo en tono de chanza -, cómo ha engordado usted.
-Sí, pero no por su causa –respondió Victorine que lo encontraba muy aburrido.

La anciana madame de Vieusac leyó la carta, y después de haber reflexionado durante media hora mandó a Victorine que le trajera de inmediato a su confesor, el padre Daniel.

Durante los años que ella había vivido en Chantilly, él había sido su más fiel amigo. A la pureza de su carácter inflexible se unía un auténtico interés por todos los seres humanos; además había leído los recortes de periódico enviados por Jacques.
Cuando ella le explicó el asunto, él, gracias a sus muchos años de ministerio, le encontró de inmediato una solución moral.

-Mi querida amiga –dijo-, Dios es infinitamente más sencillo que nosotros. Éste es el premio por el amor que usted tiene a su hijo. La oportunidad de presentarse ante el mundo como su madre, no humillándolo con esto sino logrando su salvación. La conmino a partir sin tardanza y con ánimo sereno.

Fue lo que hizo, y en consecuencia, la corte de Cauteretz se llevó una gran sorpresa. Un martes, después de un largo interrogatorio al administrador del hotel que había sumido a todos los asistentes en un estado de somnolencia, incluso a la duchess, a pesar de que ella comiera caramelos de menta sin interrupción para mantenerse despierta, se oyó un grito. Lo había lanzado uno de los policías de la puerta al ser apartado con un golpe por una mujer pequeñita, gorda, de mejillas rojas, vestida de negro, con un perrillo bajo un brazo y un maletín color castaño bajo el otro, quien atravesó la sala de la corte en dirección al juez.



Lo miró a la cara, puso el perrillo en el suelo y mientras colocaba el maletín ante su señoría, del mismo modo que Juana de Arco depositó las banderas ganadas en combate delante de Carlos VII, habló con una voz clara y nítida, que pudo ser oída por todos los que se encontraban en la sala:

-El joven que esta ahí, de pie, es el vizconde Jacques de Vieusac, y es mu hijo. Soy Marceline, la hermana de Théodore Petitsfours. En este maletín encontrará mi certificado de bautismo y el del vizconde, nuestro certificado de matrimonio, los certificados de bautismo y vacunación del niño, y un certificado de solvencia moral firmado por mi confesor. Lo que mi hijo el vizconde ha dicho, relativo a la herencia de su tío Théodore es muy razonable, pues no sé a quién podría dejar su dinero mi hermano si no es a mí. Y como mi hermano Théodore ha declarado aquí, en la corte, ser poseedor de más de ciento cincuenta millones de francos, mi hijo se ha quedado corto al decir que esperaba heredar cien millones. El hecho de que el sistema legal francés ha estado a punto de dictar una sentencia injusta, no habla en vuestro favor, señores. –Luego, volviéndose hacia su hijo, exclamó-:¡Jacques, abraza a tu madre!

Describir la alegría del encuentro, en este caso en que la madre no veía a su hijo desde hacía ocho años, la hermana no veía al hermano desde hacía cincuenta, ni el hermano a la hermana, en que la nuera nunca había visto a su suegra, y en que el juez y el perro nunca habían sido presentados, resultaría casi imposible. Su gran emotividad contagió a toda la corte, se oían sollozos por toda la sala y algunos aplaudieron como si estuviesen en el teatro para expresar así su aprobación ante lo ocurrido.

Debió ser muy aburrido para el juez tener que estudiar el caso de nouveau. Pero él también fue víctima de la emoción y no sintió molestia sino orgullo, pues los ojos de Francia estaban puestos sobre Cauteretz y se sentía imbuido de una vitalidad nunca antes experimetada. A tal extremo, que la llegada de madame de Vieusac a la sala del juicio y el vuelco de los acontecimientos provocaron un cambio en su matrimonio, que hasta entonces había sido monótono y sin hijos… pero basta de eso. Aquella noche, y varios días después, Cauteretz se estremeció como una bandera jubilosa bajo el sol y la brisa. Sucedieron muchas cosas. Sin embargo, la duchess perdió el interés y regresó a París.

xxxxxx 

La verdad es que Jacques y Suzon estaban hartos de Cauteretz. Tan pronto como les fue posible, viajaron con la anciana vizcondesa y tío Théodore a Chantilly, donde Victorine se las arregló para darles cabida a todos. El padre Daniel llegó en seguida a felicitarlos; como el tío Théodore había estado tanto tiempo en América, entabló una discusión sobre la historia de Lt, y toda la tarde se estuvieron paseando por el pequeño jardín de madame de Vieusac, mientras charlaban en tono amistoso.

Suzon se enamoró al instante de su nueva familia. Siempre tuvo la facultad de adaptarse a situaciones nuevas, y ahora se le hizo evidente que esta burguesía sencilla y sólida era su auténtico elemento. Le pareció que por fin se encontraba entre personas que conocían la vida y la tomaban en serio.

Después de tres días en Chantilly fue por la mañana al mercado con Victorine para comprar una coliflor fresca, y en tanto el padre Daniel y tío Théodore discutían, ella y la anciana vizcondesa se sentaron a dilucidar de qué modo pondrían en orden los asuntos de Jacques.

Tomaba el desayuno sentada a la mesa de la cocina, con la cabeza llena de rizadores, y bebía café en un platillo. El barón Salla se habría sentido decepcionado, pero ya estaba muerto y pertenecía al pasado más remoto.

El primer domingo que pasaron en Chantilly, la anciana vizcondesa ofreció una cena íntima en la que ella y tío Théodore cocinaron todos los platos. Hacía muchos años que ninguno de los dos gozaba tanto como aquel día, mientras trajinaban por la cocina como en los viejos tiempos, cuando ambos eran pinches de Paillard, donde los grandes duques de Rusia, y a veces hasta el emperador en persona, solían cenar.

Ningún gran duque ruso comió mejor que nuestra familia aquella noche en Chantilly.

-¿Crees que esta sopa tiene suficiente pimienta? –preguntó la anciana vizcondesa con ansiedad.
-No del todo –dijo tío Théodore-, no del todo. Con las carpas beberemos Chateau Yquem, y con este excelente vino francés me permito brindar por el símbolo de la unidad de nuestra familia, el pequeño Théodore de Vieusac que será mi único heredero.

La anciana vizcondesa cruzó las manos sobre su vientre, llena de satisfacción ante esta idea. En su mente vio a un pequeño Vieusac de ojos negros preparando confituras en una olla enorme.
-¿Qué dices tú al respecto, Jacques? –preguntó Suzon con humildad.

Fin


martes, 13 de marzo de 2018

Lectura campestre I: Tío Theodore, Isak Dinesen (Parte 1 / 2)

¡Hola! Hoy ando con un poco de prisa así que te dejo con algo que ya tenía mecanografiado. Quizás a simple vista no te parezca que tiene que ver mucho con este blog, pero te contaré porque decido compartirlo por aquí. 

Algunas veces, al leer un relato, un pasaje de libro, las descripciones o el ambiente parecen ajustarse a la perfección a lo que puedes vivir, sentir y experimentar si te acercas al pirineo navarro. En el caso de este relato, y si decides leerlo ya sabrás en que momento, Isak Dinesen (pseudónimo de la baronesa Karen Blixen) parece llevarnos al pueblo de Arive

No es descabellado que esta mujer, excelente narradora, hubiese conocido tierras aezkoanas, pues entre sus amistades se encontraban Ernest Hemingway (quien dijo sentirse ofendido cuando le otorgaron un premio a el y no a ella, pues sus relatos eran una inspiración para él) y Orson Welles, quien dijo de ella "mantendré la capacidad de enamorarme mientras conserve la vista para leer a Isak Dinesen". 

Autora muy prolífica de relatos cortos, es harto complicado encontrarlos en castellano y dependiendo de las diferentes ediciones de una misma recopilación encontrarás uno u otro. Tio Theodore, creo recordar, puedes encontrarlo dentro de sus cuentos góticos. Si te gusta esta autora vas a disfrutar de lo lindo, pues algunos personajes secundarios (que sólo aparecen, en ocasiones, mencionados) aparecen en otros relatos.. 

Bueno, me dices que te parece. 



Tío Théodore, Isak Dinesen

Un día de mayo, cuando los castaños ya habían florecido, el anciano vizconde de Vieusac paseaba lentamente por Les Champs Elysées.

En el centro, a lo lejos, se erguía el Arc de Triomphe envuelto, como siempre, en una bruma azulada; coches y camiones pasaban veloces a su lado, en ambas direcciones, como golondrinas en un día de verano, dándole el aspecto de una vieja golondrina solitaria que siguiera su misma ruta sin integrarse en la bandada. El vizconde de Vieusac meditaba sobre la curiosa trampa del destino: él, que había sido tan joven, era ahora viejo. «París, París –pensó-, me viste joven y vigoroso elevándome como una cometa ebria de ti y de juventud; es lógico que también veas mi triste ancianidad y que pase mis últimos años en tus brazos. Sin embargo, no quiero que sea así. Te entregué lo mejor de mí mismo: al joven vizconde de Vieusac, a quien las mujeres consideraban tan seductor. Si es a él al que guardas en tu gran corazón entonces yo debo partir. Oh, París, por consideración al conde Vieusac, que fue mi vida, abandonaré tus bulevares, el Sena y la Abadía. Y a las parisinas. Que dios nos proteja a ti y a mí.»

Poco tiempo después, ya en la provincia, el vizconde de Vieusac se casó en secreto con una hábil cocinera. Al año siguiente, se encontró un buen día con un pequeño vizconde de Vieusac en los brazos; se sintió ligeramente perturbado, pues era algo que no había previsto. El anciano vizconde era un poco filósofo. Mientras admiraba a la criatura pensó: «Hijo mío, si supieras lo que es la vida, tal vez no me agradecerías el haberte engendrado. »
Sin embargo, se sentía orgulloso de tener un hijo, y no le faltaban razones. Unos meses después enfermó y una noche de verano abandonó este mundo para reunirse con sus antepasados, lo cual le deparó numerosas sorpresas.

El pequeño Jacques fue enviado a los mejores colegios de Francia y del extranjero; como un sello de correos, iba de aquí para allá, y en cada lugar era estampillado con el timbre apropiado. El día que cumplió dieciséis años su madre tuvo una seria conversación con él.

-Mi querido Jacques –le dijo-. Te amo más que a nada en el mundo. Ahora quiero que sepas cómo espero que retribuyas este cariño. Tu padre se casó conmigo por amor, y yo me casé con él por ambición. Ya en el tiempo que era pinche de cocina rogaba a dios que algún día pudiera contarme entre los que se sentaban a comer los manjares. Fue una gran frustración. Soy demasiado plebeya, demasiado pequeña y obesa, y mis mejillas son demasiado rojas; ni siquiera sé conversar. Sea quien sea quien se siente a mi lado en la mesa, más vale que abandone la mesa de inmediato. Pero ahora mis ambiciones por fin serán satisfechas, pues, gracias a dios, tú no te pareces nada a mí. Eres un auténtico Vieusac (aunque al mismo tiempo eres de mi carne y de mi sangre, sí, en cierto modo eres yo misma). Por lo tanto, quiero explicarte como viviremos. Me compraré una casita en Chantilly, donde llevaré una vida tranquila junto a mi fiel Victorine, y me haré llamar sencillamente madame Vieusac; mi única alegría será pensar en ti. Porque tú, mi querido Jacques, irás a Paris. Aunque los asuntos financieros de tu padre andaban mal cuando nos casamos, he ahorrado dinero: posees un capital que te permitirá vivir en Paris algunos años. Procura encontrar una esposa rica. Ve a Paris, hijo mío, anda a los teatros, a las carreras, hazte miembro de sus clubs, procura tener los mejores caballos y coches, sí, procura tener lo mejor en todo orden de cosas, y envíame los periódicos donde se te mencione. Sé feliz, mi querido Jacques, compórtate como un auténtico noble, un noble como los que salen en los libros de cuentos, y por encima de todo, no me incluyas en tu vida: recuerda el primer y último ruego que te hace tu madre, y no me causes el dolor de ver destruida la honra de mi hijo. Guarda mi fotografía en una gaveta.

El joven vizconde de Vieusac fue a París a los diecisiete años, dotado de ojos oscuros y piernas largas y rectas; sus músculos, dientes, y apetito eran los de una joven ave de rapiña. El aire de París, el vino, la comida, el ambiente, las miradas, el modo de caminar y el perfume de las mujeres lo embriagaron como una botella de Moët & Chandon, y en este estado de ebriedad permaneció dos años y medio.  A partir de ese momento su cabeza empezó a despejarse. Cuando cumplió veintidós años se dijo a sí mismo: «Jacques es hora de hacer un buen matrimonio, de lo contrario tu reputación comenzará a disminuir, o en el mejor de los casos, lo que más podrás hacer es mantenerla en el punto en que se encuentra. La gente se ha acostumbrado a ti. Los rostros de tus amigos ya no se iluminan cuando te ven; los trabajadores de la calle no te sonríen; las mujeres… las mujeres, Jacques, continuarán amándote hasta el día de tu muerte, pero ya no seducirás a aquellas que se sintieron orgullosas de entregarse a ti, y tentadas de proclamar ante el mundo e incluso ante sus esposos, “Vieusac, Jacques de Vieusac me ama, y yo a él”.» Jacques no tenía ganas de casarse, pero sabía que era inútil oponerse al destino. Decidió sacarle el mejor partido al asunto, y cuando empezó a buscar una esposa, como era un partidario entusiasta de la verdad y la sinceridad, se dirigió a Scheveningen.

                Allí, sobre la amplia extensión de arena blanca, donde los modelos de Redfem, Worth y Paquin se movían como pequeñas motas de color blanco, rosado y violeta entre el infinito azul del cielo y el infinito azul del mar, charló –acompañado por el estampido de las olas del océano atlántico- con muchas mujeres hermosas, ataviadas a la última moda, y reflexionó con calma; pero, inevitablemente, todos tropezamos con nuestro destino y Jacques conoció a Suzanne Boyer.

                Una cabeza de muchacha surgió de una ola, a su lado. La joven, deslumbrante de agua salada y luz del sol, pareció preguntarse si no habría peligro, si sus rizos estarían mojados, y con gesto franco y desinhibido, cuando la ola retrocedió hacia el mar, se irguió frente a él, parada en un lugar poco profundo sobre sus dos pies, cuyos talones eran rosados como conchas marinas.
Aunque Jacques era un enamorado del amor, nunca antes había conocido emociones ni caballos que no pudiera controlar. Se dio cuenta de que algo dentro de él estaba mordiendo el freno, a punto de desbocarse; calladamente se encomendó a dios. Hizo averiguaciones sobre ella en el hotel y le dijeron que era la hija de un adinerado fabricante de chocolate y que viajaba con una tía que se encontraba muy enferma y debía guardar la cama. Aún supo más, que era de Bordeaux, por lo que a Jacques se le vino a la memoria aquella canción que decía: «une délicieuse Bordelaise, une hambe don ton meurt d´aise

Esa noche, al acostarse, pensó que era verdad que el amor puede endulzarlo todo, hasta el matrimonio. A continuación realizaron todo el programa de actividades que una pareja de jóvenes independientes debe cumplir para llegar a comprometerse, y con paseos, tanto a caballo como a pie, con sinceridad y celo –Jacques incluso llegó a ser presentado a la tía de Suzanne, una dama que casi no hablaba-, y esos detestables valses de opereta escuchados entre las palmeras, avanzaron  con decisión hacia la noche en la terraza, entre las diez y las once, en que Jacques, vestido de etiqueta le dijo:

-Sabes que te amo. ¿Quieres casarte conmigo?

Suzanne lo miró a los ojos y pensó: «es encantador.» Y como estaba tan enamorada, lucía un traje tan hermoso, y él era un vizconde, un instante después se besaron, lo cual también se hallaba incluido en el programa. Sin embargo, omitieron el resto de formalidades.

Aquella noche, antes de separarse, Suzanne le preguntó con timidez si él podría alquilar al día siguiente una pequeña calesa para dar un paseo juntos, pues tenía algo que comunicarle. No quiso decirle de que se trataba, y dejó a Jacques en la duda, sin saber si sería un secreto inocente o una amenaza, lo que no le agradó en absoluto.

Los dos se levantaron muy temprano, y a las nueve y media ya se habían internado entre las dunas, donde se apearon y dejaron que el caballo pastara junto a un molino de viento. En medio de la hierba reseca florecían pequeños pensamientos silvestres. Nubes blancas empujadas por el viento se movían sin trabas en la inmensidad del cielo. Suzanne se sentó sobre la hierba con su traje blanco y negro y su sombrero rojo.

-Mi querido Jacques –dijo-, no soy hija de un rico comerciante de Bordeaux y mi apellido no es Boyer;  me lalmo Suzon Pilou. A decir la verdad, no soy en absoluto más respetable que tú, y bien es cierto que soy una mujer, no soy un vizconde. Por lo tanto no soy digna de ti.

Jacques de Vieusac, que había albergado ciertas sospechas, permaneció sentado, muy pálido, la mirada perdida en el océano, y dijo:

-Continúa, cuéntamelo todo.

-En Niza, cuando tenía quince años, vendía flores a la entrada de los hoteles; casi siempre ramitos de azahares a los novios de luna de miel. En cierta ocasión el barón Salla me vio y me dijo que yo tenía posibilidades. Me apartó de mi negocio y pagó los gastos de mi educación durante tres años. Aprendí muchas cosas, vizconde de Vieusac.

-Prosigue –dijo Jacques, que en realidad sufría.

-Pues, imagínate –continuó Suzon- que por aquella época él comenzó a especular con acciones de minas de cobre, y cuando se enteró de que había perdido su fortuna, tuvo un ataque de apoplejía y quedó paralizado. (Como ves, Jacques, no tengo nada que reprocharme). Apenas consiguió articular unas pocas palabras envió a por mí; yo, con sólo verlo, ni siquiera atiné a moverme y me eché a llorar.
«Mi querida niña –dijo con voz débil-, ya ves que no puedo hacer nada por ti. Sin embargo, no temo por tu futuro, Suzon. Siempre serás capaz de abrirte camino en el mundo. No obstante, mientras permanecía aquí acostado, he pensado en muchas cosas; nunca sabe lo que puede suceder y tal vez sería mejor que te casaras. Aún me quedan cincuenta mil francos que había reservado para ti. Cógelos, hazte un buen vestuario y ponte en marcha. He pensado en varios lugares, y creo que Scheveningen es el mejor. Puedes llevar a la mujer del portero como acompañante; tiene dignidad, pero debes mantenerla en segundo plano; en todo caso no dejes que hable. En el mundo hay jóvenes honestos, quizá logres casarte con uno. Pero si no lo consigues, si no es la voluntad de dios que así sea, entonces ve a París, Suzon; te daré la dirección de Madame Liane, creca del Theâtre Bouffe. » Cuando terminó de hablar, lo besé y me fui  -Suzon permaneció callada un momento y durante la pausa escuchó los profundos suspiros de Jacques-. Como ves –prosiguó-, mi intención no es casarme, hora eres tú quien debe decidir. Medita sobre esto, muchacho.

Jacques de Vieusac echó hacia atrás su sombrero porque tenía la frente sudorosa, ofreció un cigarrillo a la chica, encendió otro para él y permanecieron sentados durante tres horas sin hablar. Finalmente Jacques rompió el silencio.

-No –dijo-; soy el conde de Vieusac. Y te amo, Suzon. ¿Quieres casarte conmigo?
-¡Oh, sí! –exclamó ella ovillándose a su lado. Se quedaron muy apretados el uno contra el otro.
-Pero, Suzon –repuso Jacques-, yo tampoco tengo dinero. ¿De qué vamos a vivir?
-Ya verás cómo nos las arreglamos –dijo Suzon.
-Sí, tal vez podamos hacerlo –replicó Jacques, y se quitó el sombrero -, pero debemos inventar… -pensó un largo rato. Reflexionó tensa y enérgicamente hasta recordar una conversación entre la anciana madame de Vieusac y Victorine, que él había escuchado un domingo por la mañana cuando era pequeño-. Tío Théodore… -dijo-, debemos inventar a tío Théodore.









-¿A quién? –preguntó Suzon.

-El hermano de mi madre; tío Théodore –dijo Jacques-. En vano buscaríamos en la familia por el lado de mi padre. Mi madre tenía un hermano, que, cuando ella era soltera, emigró a América, a trabajar como cocinero. Allí se hizo cargo de una fábrica de galletas. Puede haber ganado una fortuna con eso.

-Sí, es probable –dijo Suzon.

-Puede haber ganado veinte millones de dólares –dijo Jacques-, que son cien millones de francos. Pudo haberse casado con una inmigrante francesa que estaba sola en el mundo y ella puede haber muerto. Por lo tanto yo sería su heredero.

-Tú eres su heredero, heredero de cien millones de francos, Jacques mío –dijo ella.

-Sí, creo que tengo su retrato en una fotografía de grupo –añadió él-, mejor será que lo veas.

-Sí –repuso Suzon-; madame Humbert también espera heredar de un tío en América.

-Tener un tío en América –dijo Jacques con aire pensativo, pues había heredado de su padre la tendencia a filosofar- no debería ser nada del otro mundo.

-Aunque posea veinte millones de dólares –dijo Suzon.

-Es muy probable que tío Théodore se haya hecho rico –prosiguió Jacques-, y si no fuera así, ignoro de quién sería la culpa, pero mía no sería.

-Te quiero –dijo Suzon.

-Pienso seriamente – dijo Jacques volviendo a ponerse el sombrero- que no es dinero lo que la humanidad necesita más. Creo que lo que necesita es algo hermoso.

-Sí, como la vida que llevaremos, Jacques –dijo ella.

-Sí –aseguró Jacques.

Poco después se celebró en París la boda del vizconde de Vieusac. El viejo vizconde era el último de su familia; la gente sabía que se había casado con alguien muy inferior en rango y pensaban que la viuda ya había muerto; por lo tanto, nadie se extrañó de que hubiesen tan pocos parientes del novio. Por otro lado, toda la mejor sociedad de París, que le tenía gran simpatía, asistió a la boda. Los padres de la novia también habían muerto. Su tía lució un magnífico vestido negro y plateado. El barón Salla, un antiguo amigo de la familia, que apenas podía sostenerse en pie, se hallaba visiblemente contento de entregar a la novia, y la encantadora desposada lanzó la moda de la falda-pantalón bajo una enorme cola de brocado blanco decorada con diminutos ramos de azahares, como traje de novia. Al entrar en la iglesia Jacques recordó a su madre. Estaba serio y se le veía muy pálido. Durante el viaje de luna de miel Jacques sólo pensó una vez en tío Théodore y cogió instintivamente la mano de Suzón. Luego se instalaron en una casita en la avenida du Bois donde vivieron en un estado de indescriptible felicidad. Tenían un coche, un palco en la ópera. Sus caballos se contaban entre los más hermosos del paseo de las Acacias y los vestidos de Suzon eran famosos. Su pequeño círculo, al igual que dos o tres más, se tenía por el más delecto de París. Y mucha gente sabía que ellos heredarían del tío Théodore. Jacques engordó un poco con esta nueva vida; no se sentía enamorado de Suzon, pero ella se le había hecho indispensable. Suzon se mantenía delgada y flexible como la hoja de una espada y no parecía cansarse nunca. Así transcurrieron uno o dos años durante los cuales Jacques enviaba continuamente recortes de periódico a Chantilly. Una cantidad increíble.

                Un día de verano, Vieusac y su esposa estaban sentados en un balcón desde el cual se veía el amplio paisaje de Cauteretz y de los Pirineos franceses. No se trataba de un hotel de moda, sino más bien de un lugar para el tratamiento de la artritis, pero durante años habían seguido la moda con tanta fidelidad, que ahora sentían la necesidad de aflojar un poco sus corsés espirituales. Hacía mucho calor, y desde su balcón, que estaba en la sombra, se distraían mirando a las personas y a los animales que deambulaban por las calles blancas bajo el sol. Mientras observaban, tomaban el té –habían sido educados muy bien, no por alguien en particular, sino por el conjunto de la sociedad-; Suzon incluso comía un poco de mermelada de naranja. Aunque era más agradable no pensar en nada, ahora se veían obligados a hacerlo y deliberaban juntos.

-No podré continuar así por mucho tiempo más –dijo el vizconde de Vieusac. Como Suzon no respondiera, después de un rato agregó: -Ya comienzan a dudar. Todo el mundo duda en esta época. Dudan de tío Theodore.

-Aún no –dijo Suzon.

-Cuando dices aún no –repuso Jacques-, estas diciendo que en algún momento empezarán a hacerlo.

-Por supuesto que sí –dijo Suzon-, si es que no son completamente idiotas. Él no existe.

-Y entonces estaremos perdidos –dijo Jacques.

-Acabados –agregó ella.

-Comienzan a dudar –dijo Jacques- en este preciso instante.

                Suzón permaneció un momento con la vista perdida en la lejanía mientras pasaba la lengua por la cucharilla.

-Creo que tienes al tío Théodore metido entre ceja y ceja –dijo ella con voz débil.

-¿Qué has dicho? –replicó Jacques.

-Creo que tienes al tío Théodore metido entre ceja y ceja –repitió Suzon.

                Jacques se sentía tan indignado que estuvo a punto de responder algo, pero hacía tanto calor y, ¿de qué servía reconvertir a su esposa? Empezó a beber su té.

-Tío Thédore era tan bueno –dijo Suzon luego de una pausa-; era tan buena idea… A pesar de eso… pronto estaremos perdidos.

Jacques tenía un verdadero dolor de cabeza por culpa de tío Théodore. Lo peor de todo era que la situación se le escapaba de las manos. Se enfrentaba a la ruina de ambos del mismo modo que los hombres modernos se enfrentan a la muerte: no tenía la menor idea de lo que iba a suceder. Y Suzon, quien por lo general lo ayudaba a salir de dificultades, no se tomaba en serio ni la muerte ni la ruina. Él intuía que lo primero que debía hacer era convencerla de la gravedad de la situación, pero al mismo tiempo sabía que eso era imposible.
En ese instante llamaron a la puerta del salón y cuando dijeron «¡Entre!», apareció Aristide, el administrador del hotel.

Dicho administrador era digno de lástima, pues aunque se daba perfecta cuenta de que su hotel no era de primera clase, rehusaba admitir que era de segunda. Se veía obligado a trabajar para personas a quienes despreciaba, y las despreciaba por aceptar que él trabajase para ellas.

-Su gracia, señor vizconde –dijo e hizo una profunda venia-, si usted se dignase podría hacerme un gran favor. Hoy he recibido una carta absolutamente ilegible. Si el señor vizconde se dignase a…

-¿Y qué le hace pensar que yo podría leerla? –dijo Jacques a la defensiva.

-¡Oh! –exclamó el administrador-, el señor vizconde conoce la caligrafía. La carta es del señor vizconde, del señor Théodore Petitsfours, de América.

Y vio cómo el administrador sacaba una carta de su bolsillo y se la entregaba. Las ideas se sucedieron de manera vertiginosa en su mente mientras ella leía la carta; casi experimentaba la relajada alegría de un espectador que no sabe si el acróbata del circo podrá realizar felizmente una prueba difícil; pensó que debía estarle agradecido a Salla por haberla educado tan bien.

Suzon terminó de leer la carta.

-Desea tres habitaciones en el cuarto piso –dijo al administrador-. Son para él y su criado negro. Llega esta tarde. Dios mío Jacques –añadió dirigiéndose a su esposo-, por fin han fructificado nuestros esfuerzos por persuadirlo. Que buena nueva.

-¡Mon –dijo el administrador al pensar en las habitaciones del cuarto piso –Dieu! –y al decir esto, expresó sin saber los pensamientos del vizconde.