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3.- Ganelón y Blancandrín
El conde Ganelón entró en su tienda, descansó en la cama
durante una hora y luego se vistió con sus mejores armas, fijó a sus pies
espuelas de oro y ciñó a su costado la espada Munglés.
Salió de la tienda y montó en su caballo Tachebrún, su tío
Guinemaro, que mucho le apreciaba, sostenía el estribo. Entonces acudieron allí
otros muchos caballeros, amigos todos de Ganelón. Lloraban algunos al ver
partir a su amigo a una suerte incierta y decían “todo ha sido obra de Roldán
que os odia” “es una lástima que partáis después de haber sido tan buen vasallo”
“Roldán debió pensar que vos descendéis de noble linaje”
Ganelón oía en silencio a sus amigos, varios de ellos
querían acompañarle pero Ganelón les contestó:
-No puede ser, amigos míos, no place a Dios nuestro señor
que tenga compañía, lo que he de hacer debo hacerlo solo. Es preciso que yo
muera para que vivan tan buenos caballeros. Vosotros regresaréis a la dulce
Francia, sólo os pido que saludéis de mi parte a mi esposa y a Pinabel, mi
amigo y mi par, y a Balduino, mi hijo. Ayudadle y honrarle como si fuera yo.
Y dicho esto, saludó a todos con un movimiento de brazo y
avanzó por la llanura en dirección al campamento de los mensajeros del rey
Marsil, con los cuales debía emprender el viaje hacia Zaragoza.
El conde Ganelón cabalgó incansable bajo los altos olivos,
allí se reunió con los mensajeros del rey Marsil que ya estaban enterados de su
misión. Todos juntos emprendieron viaje a Zaragoza. Por el camino Ganelón
conversó largamente con el astuto Blancandrín, enterado ya de su disputa con
Roldán. Blancandrín era un hombre muy prudente al hablar, encubría siempre sus verdaderas
intenciones y dijo:
-Vuestro rey Carlos es un hombre extraordinario, es un gran
guerrero que ha conquistado Apulía y Calabria, cruzó la mar y derrotó a los
sajones pero ¿para qué necesita tantas victorias? ¿qué pretende aquí en España?
-Carlos pretende su gloria, la gloria imperial. Nadie podrá
vencerle –exclamó Ganelón con aire de arrogancia-. Blancandrín repuso entonces:
-De acuerdo con lo que decís, la gloria del emperador no ha
de empañarse jamás pero.. si me atreviera…
-Podéis hablar con total franqueza, Blancandrín –dijo el
conde franco.
-Pues los franceses son gente muy noble y valiente, no puede
dudarse de ello, sin embargo hacen un gran mal a su señor al darle consejos tan…
exaltados. Quieren la guerra y el exterminio de todos sus enemigos.
-No lo creáis, señor, nadie quiere eso excepto Roldán –respodió
Ganelón- pero algún día se acordará de sus bravatas. Es él quien excita al
emperador y le obliga a guerrear siempre, pero su mismo orgullo será su
perdición. Si queremos la paz es preciso matar a Roldán, él es el único
obstáculo.
Blancandrín sonreía al decirle a su acompañante:
-Veo que odiáis a Roldán y por cierto que no os lo censuro.
Yo también le odio porque quiere reducir a mi nación a la esclavitud y dominar
todas las tierras de España, pero veamos, si así piensa Roldán ¿podéis decirme
con que medios cuenta para triunfar?
Ganelón contestó sin reparo:
-Cuenta con los franceses, señor Blancandrín, con los
franceses que le aman tanto que nada le negarán de cuanto les pida aunque sea
la propia vida, él les da oro y plata, caballos y armas. El emperador nada les
niega, ni favores ni riquezas, tiene todo cuanto puede desear. Os lo afirmo
solemnemente, Blancandrín, Roldán conquistará todas las tierras desde aquí
hasta oriente.
Blancandrín observaba atentamente a Ganelón mientras
hablaba, el odio y la sed de venganza contra Roldán destilaban en cada palabra
que pronunciaba el conde francés.
Siguieron cabalgando el sarraceno y el cristiano por veredas
y caminos sin apenas notar el cansancio, entretenidos en su conversación. Muy
pronto se pusieron de acuerdo en la conveniencia de matar a Roldan, que estorbaba
a ambos.
Por fin llegaron a Zaragoza con los demás mensajeros que a
prudente distancia de ellos habían permanecido callados todo el camino.
Cuando divisaron la ciudad echaron pie a tierra, bajo un
tejo, muy cerca de allí, a la sombra de un pino, estaba el rey de Zaragoza que
dominaba a toda España. Los esclavos del rey habían levantado un faldistorio
guarnecido de seda de Alejandría. Junto al rey y por toda la llanura había
veinte mil sarracenos.
Todos callaron al ver llegar con paso apresurado a
Blancandrín, Ganelón y los demás mensajeros. Blancandrín se acercó
respetuosamente al rey Marsil llevando a su lado al conde Ganelón. Así le habló
el vasallo a su señor:
-Os saludo, noble rey, en nombre de Mahoma y Apolo cuyas
santas leyes guardamos todos. Ya hemos cumplido vuestro encargo llevando el
mensaje a Carlos. El emperador levantó las manos al cielo y alabó a su Dios,
sin decir nada más, pero os envía, oh noble y poderoso señor, a uno de sus
barones que es francés y de muy elevada alcurnia, él os dirá lo que piensa el
emperador, por él sabremos si habrá guerra o paz.
El rey Marsil miró con atención al mensajero del emperador,
luego dijo con voz reposada:
-Has cumplido bien mis órdenes, noble Blancandrín, tú y los
demás mensajeros seréis recompensados si todo sale como yo espero. Ahora, que
hable el enviado de Carlos, le escucho.
Mientras, el conde Ganelón estaba reflexionando sobre lo que
iba a decir, como hombre sensato empezó a hablar en los siguientes términos:
-Os saludo, oh noble rey, en nombre de Dios glorioso a quien
todos debemos adorar, os llevo el mensaje de mi rey Carlos, paladín de la
Cristianidad; aceptad la fe cristiana y mi rey os dará en feudo la mitad de
España, en el caso de que no aceptéis este trato os declarará la guerra, os
vencerá y os llevará atado hasta Aquisgrán. Allí se os juzgará u seréis condenado
a muerte, moriréis de muerte vergonzosa y vil.
El rey Marsil al oír las palabras del mensajero montó en
terrible cólera, estuvo a punto de arrojar al conde su emplumado dardo pero los
que estaban a su lado le contuvieron.
El rey seguía en su furor, volvió a blandir el dardo
amenazando a Ganelón, este echó mano de su espada para defenderse.
-Jamás dirá el rey de Francia que fui cobarde con los
enemigos de su imperio, quien desee atacarme pagará un alto precio por mi vida.
-Evitemos la lucha –dijeron los nobles sarracenos que
rodeaban al rey Marsil.
Por fin el monarca sarraceno abandonó su actitud hostil y
ocupó otra vez el faldistorio.
-No podéis matar al enviado del rey francés, señor.
-Aplacas, señor, y dejad que se explique.
Así hablaban los nobles sarracenos en un intento de
apaciguar la cólera del rey Mársil.
-Señor, dijo Ganelón -, sabía lo que me esperaba al acudir
ante vos pero sin embargo estaba dispuesto a pasar por la prueba, ni por todo
el oro del mundo callaría yo lo que Carlos me ha confiado para vos, su mortal
enemigo.
Ganelón arrojó al suelo su manto de pieles de marta
cebellina recamado de seda pero su puño derecho sostenía firmemente la espada,
todos los presentes admiraron su arrogante gesto y exclamaron:
-¡Es un valiente!
Ganelón se adelantó al rey y le dijo:
-Os habéis enojado injustamente, el poderoso Carlos os
propone la paz, sólo exige que os hagáis cristiano. A cambio de esto os dará en
feudo la mitad de España, la otra mitad es para su sobrino Roldán, en verdad
que vais a tener un vecino muy peligroso, si no aceptáis, el rey vendrá a poner
sitio a Zaragoza y seréis derrotado, hecho prisionero y llevado a Aquisgrán, ya
os lo he dicho antes. Y para confirmar mis palabras aquí tenéis el breve del
emperador.