Los reyes de la
antigua dinastía navarra atendían con especial interes a las villas, pueblos o
valles fronterizos, con vistas a la mejor defensa del reino, ya fuese cara a
Francia, ya cara a Castilla o a Aragon, así que se les concedieron fueros
liberales y más adelante se les otorgaron la franqueza o hidalguía colectiva,
con los privilegios a ella anejos. Así pasó con Cinco Villas, Aezcoa, Roncal y
Salazar. Los Aezcoanos son premiados con esta distinción en 1462 por Juan II
por “sus buenos servicios frente a los rebeldes en las luchas civiles” mientras
que doña Leonor premia a los Salacencos en 1469.
La hidalguía
colectiva suponía la exención en el pago de pechas, la abolición de toda
servidumbre y la aproximación del pueblo humilde al status de los hidalgos
antiguos, llamados “de origen y dependencia”- en esta época los salacencos
ganaron un pleito contra los de Caparroso, quienes quisieron hacerles pagar el
derecho de pontaje (una especie de aduana por cruzar sus puentes).- El caso es
que los hidalgos antiguos miraban con cierto recelo este intento de igualación
y se discutía acaloradamente el lugar que correspondía a unos y otros dentro de
las iglesias, en los bat-zarres (reuniones vecinales), en las procesiones o en
la elección de cargos.
También había rivalidades entre las familias más
poderosas . Los Esparza, los Iriarte y los Urrutia de Ochagavía llegaron a
levantarse en armas contra Jaurrieta por el nombramiento del alcalde perpetuo
(que serán abolidos en 1550 sustituyendose por los “alcaldes-pastores” elegidos
anualmente, el último alcalde perpetuo fue don Lope de Esparza, representante
de la famlia más poderosa de Salazar). No pocos incidentes provocaron las
rencillas entre las familias pudientes de Ochagavía y Esparza por el sitio que
debían ocupar en la iglesia; En cierta ocasión don Lope, señor de Rácax, quitó
la paz a un muchacho que la ofrecía al amo de Urrutia, para dársela al de
Iriarte (su eterno contradictor) produciéndose un fuerte altercado en el
templo.
Los salacencos
querían un escudo propio que reconociese su recien adquirida nobleza y los
distinguiese de los de la antigua, de origen y dependencia y en 1564 escribieron
al Rey y la propuesta fue tomada en consideración aunque su concesión se vió
retrasada por la oposición de los hidalgos antiguos.
En 1569, Remón de Adoain y
sus compañeros se querellan por el hecho de que se hubiesen cambiado la
posición de los bancos en la iglesia, de modo que se situaban todos a la misma
distancia del altar, también mejoraron su privilegio real relativo al escudo o
blasón familiar añadiéndole una leyenda en Euskera la mar de expresiva;
Azkenean konta (Al final se verá).
Los “V.I.P.S” de
Salazar.
En Salazar había
cinco solares o palacios de reconocida nobleza, cuya superioridad jerárquica
admitían todos sin discusión; los de Esparza, Urrutia, Jaurrieta, Iriarte y
Ripalda. En Aezcoa contábamos con un solo palacio, la torre de Orbara (perteneciente
a los Mauleón en aquella época). Como
tales, ostentaban sus blasones propios y constituían la gente principal. El señor de Ripalda llevaba, conforme a su
distinción, vestidos de Contray y montaba en alazanes con silla. El señor de
Rácax tenía, por concesión del Virrey, varios nidos de azores para la caza de
cetrería. En caso de guerra acaudillaban a los del valle; Cuando el Mariscal de
Navarra fue hecho prisionero en 1516 en Isaba, Remón de Esparza fue capitán en su captura,
Charles de Esparza, de su misma familia hizo lo propio en la jornada de
Fuenterrabia, en 1523. También los salacencos asistieron a la reconquista del
castillo de Maya por el conde de Miranda en 1522 y habían defendido Pamplona en
la intentona del destronado rey don Juan en 1521.
Había una serie de
casas cuyos representantes se decían inclusos también en la hidalguía antigua y
aparecen en una relación, mezclados con los anteriores, a saber;
En Ochagavía: Urrutia, Guesalería y Ategui.
En Escároz: Esparza,
Goyen-Jaureguia e Ipar-Jaureguia.
En Oronz: Esparza y
Martínez.
En Jaurrieta: Ibáñez y Jaurrieta.
En Esparza: Beamont, Urrutia, Siméniz,
Belza, Sancho e Iriarte.
En Ibilcieta:
Jáuregui.
En Igal: Ripalda y
García.
En Güesa: Esparza,
Güesa, Rodríguez, Adoain.
En Ripalda: El señor
de Ripalda
En Iciz: Iriarte,
Ximéniz, Garde, Bibiot, Lázaro, Fortuneiz.
En Uscarrés:
Carvajal, Sastre y Bartolomé.
Finalmente los
salacencos reciben su ansiado escudo el 6 de Mayo de 1566, teniendo en cuenta
S.M los méritos que alegaron y el ser valle “frontero con Francia”, como hacen
constar expresamente en el documento. A partir de entonces los salacencos podrían
ostentar en sus capillas y reposteros las preciadas armas otorgadas por Felipe
II, símbolo de un pueblo ganadero acechado siempre por el enemigo: “Un lobo
negro sin corona con las uñas doradas y un cordero plateado en la boca
atravesado, con los cuernos dorados, según reza el privilegio” lo que en
términos heraldicos se describe asi: De gules y un lobo de sable cebado en un
cordero de plata cornado y pezuñado de oro.
Los salacencos
hubiesen preferido al lobo coronado pero S.M no tuvo a bien acceder a tal
deseo.
Tenéis más sobre este
tema en el libro “Rincones de la historia de Navarra” Vol I, de Francisco
Idoate.
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