martes, 16 de enero de 2018

El Camachuelo (Pyrrhula pyrrhula)

Llevo unos días en los que se me acumula el trabajo (aún estando de vacaciones) y hoy me ha pasado algo maravilloso:

He encargado que me escriban la entrada del lunes (la número 500 de este blog)

Cuando he salido a dar una vuelta y mi madre me ha preguntado -¿te puedo ayudar en algo? le he dicho: -Pues sí. Escríbeme un artículo de 1.000 palabras sobre el camachuelo. Nada de copiar, tú lees la información en algún libro de los que tenemos en casa y también en internet y me escribes un artículo de mil palabras.

Y ahí le he dejado el recado. 

A media tarde le he preguntado cómo iba el artículo por whatsappy  me ha dicho que sólo había escrito 295 palabras y que lo tenía acabado..  me estaba engañando y al llegar a casa me he encontrado este precioso texto de 999 palabras que os copio a continuación. 

Cuando lo he leído me he sentido tremendamente orgullosa de mi adn mitocondrial, he descubierto que mi madre es una curadora de contenido de nivel. ¡Qué grande!. A ver si lográmos convencerla entre todos de escriba más artículos para este blog. 

Si tú también quieres escribir tu artículo y verlo publicado en este espacio puedes contactar por e-mail. ¡Un saludo! (Gracias, Mami 😊)

El Camachuelo (Pyrrhula pyrrhula)

Tienes más preciosas fotos como ésta y contenido sobre el camachuelo en el blog de Ricardo Peralta Ayala

     
      Hoy voy a describiros un bello pajarito que todas las mañanas, casi siempre a la misma hora, se acercaba hasta mi balcón para coger un trozo de pan húmedo que dejaba en el comedero rudimentario  que me había fabricado con una lata y unas cuerdas. A media mañana y cuando el sol empezaba a calentar, oía un gorjeo corto, suave y melancólico, que me avisaba que ya era la hora de su almuerzo. No lo podría describir como un verdadero canto pero era suficiente para llamar mi atención. Desde mi ventana le veía acercarse de la zona de San Miguel y posarse en el cerezo vetusto que me ha acompañado durante toda mi vida, y que, aunque nunca le he visto más de una docena de cerezas, nos daba una agradable sombra en los meses calurosos del verano y en cuya base poníamos una piscina de plástico que hacía las delicias de todos mis hermanos y de algún otro niño del pueblo.



Bueno, empiezo. ¿Por qué atrajo mi atención? Primero por su bello colorido. Después por su forma redondita y compacta y por último por su costumbre insistente y puntual en visitar mi balcón. Su coloración era inconfundible y llamativa: mejillas, garganta, pecho y vientre de color rojizo, cabeza, alas y cola negras con reflejos irisados, pico corto, fuerte, de color negro y el dorso de color azulado. ¿Cómo no fijarse en un pájaro tan llamativo?

Camachuelo macho, Foto de Thomas Thieme

        No fue difícil encontrar su nombre y apellido. Era el camachuelo común, Pyrrhula pyrrhula iberiae, del orden de los Passeriformes y de la familia de los Fringilidos. Los paseriformes son un gran grupo de aves que se conocen comúnmente como pájaros y a veces pájaros cantores. Según diversos autores, el éxito evolutivo de este orden se debe a  su poder de adaptación  a  diversos medios, a su capacidad para posarse en los árboles, huyendo de los depredadores con un vuelo rápido y ondulante, los usos de sus cantos, la complejidad y diversidad de sus nidos y su inteligencia. Dentro de este orden se encuentran las lavanderas, golondrinas, mirlos, carboneros, cuervos, grajos y el espabilado gorrión.

Mi asiduo y puntual visitante era un macho, pues las hembras no presentan la vistosidad del colorido de su pareja. Aunque mi observación atendía siempre al macho, no puedo dudar que en algún lugar cercano a mi casa, entre el arbolado denso de hoja caduca o los matorrales de mi querido monte San Miguel, estaría la hembra expectante entre las ramas, amparada por la vegetación, esperando la llegada de su camachuelo con el alimento cogido en mi comedero. Digo lo de “su camachuelo” porque las parejas en muchas ocasiones son para toda la vida. Es decir, son animales monógamos y parece que forman parejas estables a lo largo de las sucesivas estaciones.

Camachuelo hembra (¿Camachuela?), foto de Belén Menéndez Solar para Asturnatura

           
Uno de los momentos más delicados para el macho es la búsqueda del lugar adecuado para la construcción del nido. Debe ser un lugar alto, poco accesible, entre las densas ramas de los árboles o matorrales de boj, protegidos de las inclemencias del tiempo y de las miradas indiscretas o maliciosas. Una vez elegido el lugar, se lo presenta a su hembra y si da su visto bueno, el macho  delega en ella casi toda su construcción, aunque  mientras la hembra acarrea con hierbas, palitos, hojas, pelos de mamífero, plumas, para la base del nido y  raicillas o musgo para la copa donde depositará los huevos, su compañero la acompaña sin tomar parte en el trabajo, dedicándose tan sólo a custodiarla para que no escape con otro macho. Una vez construido el nido, con un diámetro de unos 10 cm y unos 5 cm de altura, ya puede llevarse a cabo la puesta.

La puesta se compone de 5 o 6 huevos pequeños, redondeados y de color azul pálido con manchas pardas, rojizas, grises o negras formando una corona en su extremo más grueso. Toda la incubación corre a cargo de la  madre. Pasados unos quince días nacen las crías, ciegas, recubiertas de un largo y espeso plumón de color gris. Como son incapaces de proveerse de alimento y necesitan del cuidado de sus progenitores, ambos miembros de la pareja alimentan con rebrotes, flores, semillas, bayas y algunas orugas a su hambrienta prole. Transcurridas algo más de dos semanas desde su nacimiento, los polluelos abandonan el nido, aunque aún dependerán de sus padres para la obtención de alimento, durante diez días más. En esta etapa crucial, es el macho quien se ocupa de la manutención de los jóvenes mientras se independizan, ya que la madre se entrega a la construcción de un nuevo nido que albergará una segunda cría.

Camachuelo juvenil, foto de NaturGucker

Aunque esta especie es capturada por pajareros y propietarios de huertos frutales, se apunta a la utilización de plaguicidas y la pérdida de hábitat adecuado como las principales amenazas de esta especie. El uso de insecticidas no sólo puede causar muerte directa, sino que puede afectar a la fertilidad de las poblaciones. Ya en 1962, (¡hace 55 años!) Rachel Carson  publica un libro titulado Primavera silenciosa donde advertía de los efectos perjudiciales de los pesticidas en el medio ambiente, contaminando el suelo, el agua, los alimentos, dejando yermos ríos, bosques y los jardines y el campo  silenciosos y sin pájaros. Aunque algunos científicos lo calificaron de fantasioso, se ha demostrado la veracidad de lo que se describe en sus páginas y en la actualidad es considerado uno de los 25 libros de divulgación científica más influyentes de todos los tiempos.

Pareja de Camachuelos, foto de Ana Mendes Do Carmo

Espero volver a ver a mi visitante la primavera siguiente, cuando los campos verdeen, las flores cubran los caminos y bordes de carretera y las hojas de boj cobren su brillo estival. Confío  que los insecticidas sistémicos, plato de veneno ofrecido a los insectos y a las aves, de la misma manera que la copa con un extracto de acónito ofrecida a Teseo, hijo primogénito de Egeo, rey de Atenas por la malvada hechicera Medea, no haya hecho sus estragos en las poblaciones de mi querido camachuelo.

Mª Dolores San Millán, madre y bióloga


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