jueves, 20 de octubre de 2016

La Canción de Roland (22/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión
19.- La congoja del Rey Marsil
20.- El Emir Baligan
21.- Marsil recibe ayuda


22.- Marsil y Baligan


Los dos mensajeros montaron a caballo, salieron de la ciudad y se dirigieron sin perder un solo instante al encuentro del emir Baligan. Cuando estuvieron en su presencia le entregaron las llaves de Zaragoza, entonces el emir les preguntó:

-¿Qué ha ocurrido? ¿Qué os ha dicho el rey Marsil? ¡Hablad pronto!

Y Clariano respondió:

-El rey Marsil os entrega las llaves de Zaragoza en acto de sumisión. Está muy contento de vuestra ayuda, sin embargo, tiene los días contados. Sabemos todo lo ocurrido, mi señor. 
-Hablad sin rodeos, Clariano -interrumpió el emir con impaciencia- No podemos perder el tiempo. 

-De acuerdo, os lo contaré todo. Ayer el emperador se encontraba en los puertos, dispuesto a regresar a la dulce Francia. Había dejado en Roncesvalles una retaguardia mandada por su sobrino Roldán y formada por Oliveros, los doce pares y veinte mil caballeros franceses. El rey Marsil los atacó y luchó contra Roldán, pero éste, con la Durandarte, le dio tal golpe que le separó del cuerpo la mano derecha. Roldán mató además a su hijo y a muchos barones sarracenos así que Marsil se vio obligado a retirarse. Entonces acudió el emperador Carlos, con el grueso de su ejército y persiguió a Marsil hasta Zaragoza. El rey os ruega que le ayudéis a vencer a Carlos y dice que os cede libremente el reino de España. 

Después de oír estas palabras Baligán tuvo una gran aflicción, pero Clariano aun añadió más. 
-Ayer en Roncesvalles hubo una gran batalla. Murió Roldán y con él el conde Oliveros y los doce pares a quienes Carlos amaba tanto. Quedaron en el campo de batalla los veinte mil franceses de la retaguardia del emperador. Pero el ejército de Carlos está ahora acampado en las riberas del Ebro, muy cerca de nosotros. Podemos vencerle, señor. 




El emir Baligán se alegró de estas buenas nuevas, se levantó de su trono y ordenó a los suyos con voz potente:

-¡Apresuraos, barones! Dejad las naves y preparad las tropas. Si el viejo Carlomagno no escapa pronto a sus tierras será derrotado sin remisión. El rey Marsil obtendrá con ello su desquite. Por la mano derecha que ha perdido le llevaré la cabeza del emperador. 

Así habló orgullosamente el infiel, creyendo que era invencible. 
Obedeciendo a sus capitanes los sarracenos de Arabia fueron saliendo de las naves. Después montaron en sus caballos y mulos y comenzaron a cabalgar en dirección al frente de batalla. ¿Qué otra cosa podrían hacer?. 

El emir de Babilonia no cabía en sí de contento, ¡por fin iba a enfrentarse al poderoso Carlos, jefe de la Cristianidad! 
El emir llamó a Gemalfin, uno de sus más fieles barones y le dio la siguiente orden:

-Te confío el mando de mis ejércitos. ¡Que Mahoma te sea propicio!. 

Y el emir montó en su caballo bayo y, acompañado de cuatro duques, cabalgó en dirección a Zaragoza. 

Llegaron a la ciudad y echaron pie a tierra, por la escalinata subieron al palacio del rey. En emir Baligan fue recibido por cuatro condes del rey Marsil y le acompañaron al salón del trono.. 


Abraima les esperaba y al ver a Baligan se lanzó a sus pies sollozando:
-En mala hora nací, señor, ¡qué desgracia la nuestra!. Mi pobre esposo yace moribundo y pronto nos abandonará. 

El emir se sintió acongojado y levantó a la reina con presteza. Luego ambos subieron al aposento donde yacía el rey Marsil. 

Cuando el rey Marsil vio a Baligan llamó a dos de sus esclavos y les dijo con voz apagada:
-Tomadme en vuestros brazos y levantadme.
Luego, cuando estuvo en pie, sostenido por los esclavos, con su mano izquierda tomó uno de sus guantes y haciendo acopio de todas sus fuerzas le dijo al emir con voz temblorosa:
-Os entrego todas mis tierras, señor rey. Dueño sois de Zaragoza y del feudo que de ella depende. Nada puedo hacer ya en la batalla, me queda muy poca vida. 

El emir de Babilonia se compadeció del rey Marsil y respondió con voz compunjida:
-Me apena vuestro dolor, rey Marsil. Deploro lo ocurrido en Roncesvalles, pero yo no pude acudir antes para evitaros tal vergüenza. Babilonia está muy lejos. Acepto pues, el guante que me ofrecéis en señal de sumisión, y no temáis; seré vuestro vengador. Carlos no espera mi ataque y así le venceré fácilmente. Tendréis su cabeza como reparación a la mano que os cortó Roldán, y ahora, perdonadme que no me entretenga más. He de reunirme con mis ejércitos que esperan la orden para atacar a los franceses. 

Lleno de dolor el emir se alejó llorando. Descendió la escalinata del palacio, se montó en el caballo y se incorporó a sus huestes. Pronto estuvo a la cabeza de las tropas y para animarlas lanzaba este grito:

-¡Adelante, sarracenos! ¡Venceremos! Los cobardes franceses se disponen a huir...  


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