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jueves, 22 de junio de 2017

La Canción de Roland (29/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión


29.- La victoria

La victoria de Carlos era definitiva.

La mayor parte del ejército de Baligán había muerto y el resto estaba herido y prisionero.

Los franceses con su emperador llegaron a las puertas de Zaragoza, que se abrieron sin que nadie pensara oponer resistencia. La desmoralización y el desánimo de los infieles era total.

Carlos ocupó la ciudad en pocos momentos. Los soldados de Francia entraron en Zaragoza y pernoctaron en ella por derecho de conquista.

Satisfecho se hallaba el emperador de la barba florida. Entró en el palacio de Marsil y Abraima le rindió las torres: las diez grandes y las cincuenta pequeñas.

Dios había ayudado a Carlos por tener fe y porque sabía luchar.

Pasó el día y llegó la noche. La luna iluminaba los campos y la ciudad y las estrellas brillaban en el firmamento como si se alegrasen de la victoria de Carlos.

El rey Carlos ordenó a mil de sus hombres que registraran toda la ciudad y que entraran en las sinagogas y en las mezquitas, porque nada debía quedar que recordase el culto de Mahoma. A martillazos y hachazos destruyeron las imágenes y los ídolos. Era preciso que desaparecieran para siempre los sortilegios y maleficios. El rey era buen creyente y no toleraba el culto a los falsos dioses.


Los infieles fueron llevados al baptisterio y los obispos bendijeron las aguas. De este modo fueron bautizados cien mil sarracenos. La reina Abraima, esposa de Marsil, no fue bautizada de momento porque el emperador quería llevarla a Francia y que se hiciera cristiana por su libre voluntad.

Pasó la noche y amaneció el día.


Entonces, Carlos no quiso entretenerse más en la ciudad y dio la orden de partir. Dejó, sin embargo, a mil caballeros protegiendo y guardando la ciudad.

El rey montó a caballo y le siguieron sus hombres, y también Abraima, esposa de Marsil, due llevada cautiva a Francia. El rey no quería causarle daño alguno.

Emprendieron la marcha con el corazón alegre por haber obtenido tan señalado triunfo sobre los infieles.

Por el camino alcanzaron otra gran victoria: ocuparon Narbona. Luego prosiguieron su avance hasta llegar a Burdeos, la ciudad famosa. Sobre el altar del barón San Severino depositó Carlos el olifante de Roldán, cuajado de oro y monedas. Todavía puede verse hoy. Luego, el ejército con su emperador pasó el Gironda en los bajeles que allí encontró. Desembarcaron en Blaye y de allí sin detenerse cabalgaron hasta Aquisgrán.


Tan pronto como llegó a su palacio Carlos ordenó que acudieran a su presencia los jueces de Baviera, Sajonia y Lorena. También hizo acudir a los jueces alemanes, borgoñeses, poitevinos, normandos y bretones. 

Entonces se preparó el juicio de Ganelón, el infame traidor, por cuya culpa tantos hombres habían muerto. 

jueves, 25 de mayo de 2017

La Canción de Roland (28/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión


28.- Carlomagno y Baligan

 Pasaba el día y se acercaba la noche. Seguían peleando franceses y árabes con encarnizamiento sin igual. Jamás se había visto ejércitos tan valerosos y obstinados. Y mientras seguía la lucha no olvidaba cada bando su grito de guerra que afloraba sin cesar en sus labios:

-¡Preciosa! Rugía el emir Baligan.

Y era coreado por todos los sutos.

-¡Montjoie! –clamaba Carlos.

Y los franceses le hacían eco.

Ambos paladines oyeron sus respectivas voces y se reconocieron en el campo de batalla a través del fragor de las espadas y de las lanzas.

Avanzaron uno hacia el otro y se retaron a singular combate. Las lanzas de los dos caudillos cambiaron enconados golpes sobre las adargas bordadas de rosetas. Se rompieron las adargas por debajo de las anchas blocas y se desgarraron los paños de las lorigas, pero ninguno de los dos sintió rozadas sus carnes.


Se quebraron las cinchas y saltaron las monturas. Cayeron ambos, pero se levantaron con presteza y desenvainaron las espadas. Era una lucha a muerte que no volvería a repetirse porque de los dos uno debía quedar exánime en el campo de batalla para no levantarse más.

¡Oh Señor, qué valiente era el emperador Carlos de Francia, aunque el emir no le iba a la zaga! No, no era cobarde el emir Baligan. Arremetieron ambos con sus desnudas espadas y se asestaron furiosos golpes sobre los escudos. Se partieron los cueros y las maderas; cayeron los clavos y las blocas volaron hechas pedazos. Luego, sin defensa ya, ambos se hirieron sobre las lorigas. De los yelmos brotaban centellas y en cualquier momento podía sobrevenir la muerte para cualquiera de los dos. El combate decidiría quien tenía razón.

El emir habló a su contrincante en los siguientes términos:

-Reflexiona, Carlos, antes de que sea demasiado tarde. Pruébame que estás arrepentido de tus crímenes. Mataste a mi hijo y pretendes ahora ser dueño de España. No tienes razón. El rey Marsil de Zaragoza me ha cedido sus derechos y tú no tienes ninguno. Te ofrezco la paz: sé mi vasallo y nada tendrás que temer. Te daré España en feudo y vendrás conmigo a Oriente. Serás poderoso y rico. Tu nombre seguirá siendo respetado. ¡Vamos, decide!

Y el emperador respondió con fiero acento:

-No, Baligan. Si yo aceptara tal proposición sería el hombre más vil sobre la tierra. Ningún derecho tienes a gobernar este país. Marsil es un traidor y tú eres su amigo. No puede haber paz entre nosotros. A un infiel no puedo concederle mi afecto, ni ahora ni nunca. Lo que te propongo yo es que aceptes la fe cristiana, sólo en ese caso habrá paz entre nosotros. Abjura de tus errores y sirve al verdadero dios.

Y Baligan contestó con despecho, pues ya veía imposible que Carlos accediera a sus deseos:

-Pierdes el tiempo, Carlos. Jamás me retractaré de mis creencias, seguiré a mis dioses cómo lo hice hasta ahora y no me haré jamás cristiano, pues Mahoma es superior a Cristo.

-Tú lo has querido –gritó el emperador- no habrá paz entre nosotros.

-Así será –replicó el emir.

Y ambos contendientes volvieron a luchar encarnizadamente sin dar descanso a las espadas.

El emir era un hombre dotado de fuerza hercúlea, golpeó a Carlos sobre el yelmo, se lo partió sobre la cabeza y lo hendió. La hoja llegó hasta la cabellera y le arrancó un buen palmo de piel dejando desnudo el hueso. Fue un golpe capaz de matar al hombre más fuerte.

Carlos vaciló y estuvo a punto de caer al suelo. Pero Dios no quiso que el emperador sucumbiese. Envió al arcángel San Gabriel para que le prestase ayuda.

San Gabriel estaba ya a su lado y le preguntaba:
-¿Qué te pasa, gran rey? No tengas miedo del emir. Yo te digo que jamás podrá vencerte.

Al oír las palabras del arcángel el emperador recuperó todo su ánimo, pues sabía que su dios no le abandonaba y esta fe le llevó a recobrar todas sus fuerzas. Con la espada atacó al emir, quien no esperaba tal cosa. Le rompió el yelmo dónde brillaban las gemas, le hendió el cráneo y derramó todo su cerebro. Le partió la cabeza y le derribó muerto.


Entonces Carlos gritó a los suyos:

-¡Montjoie! ¡Dios está con nosotros!

Al oír este grito acudió el duque Naimón y el rey cabalgó junto a su fiel barón.

Los franceses elevaron al cielo sus espadas al saber de la muerte del emir y los infieles prorrumpieron en gritos de terror y huyeron a la desbandada. La muerte del emir era señal cierta de que sus dioses les habían abandonado.

El campo de batalla pertenecía ya a los cristianos y el emir jamás podría ser el dueño de España.

Huían los infieles a campo traviesa sin parar mientes en nada que no fuera su deseo de escapar a la muerte. Los franceses asestaban tantos golpes como podrían, y dijo el rey Carlos:

-La victoria es nuestra porque Dios así lo ha querido. Obrad como caballeros y que la fatiga no os impida proseguir la persecución. Nuestro objetivo es la ciudad de Zaragoza.
Y todos los franceses aprobaron las palabras de su emperador.

Aquella persecución parecía interminable. Hacía mucho calor y se levantó una gran polvareda. Huían los infieles y los franceses intentaban acorralarles para que no escapara ninguno.

Por fin llegaron a Zaragoza. Los infieles entraron por sus calles con el peso de su derrota.

A lo alto de la torre salió Abraima, esposa de Marsil y junto a ella estaban los clérigos y canónigos de la falsa ley. Recibió enseguida a los fugitivos y se enteró por ellos del desastre.

Llorando, Abraima se dirigió al aposento del rey Marsil a comunicarle la noticia:

-¡Mahoma nos asista en este trance! ¡Ah, rey Marsil, la victoria se ha esfumado! Murió el emir Baligan a manos de Carlos y todo está perdido. Pronto llegarán los franceses para afrentarnos. Los dioses más bien han sido enemigos nuestros.

Marsil, que estaba ya muy quebrantado, al conocer la noticia del desastre de los labios de su esposa no pudo superar la profunda impresión. Se volvió a la pared, lloró y abatió afligido la cabeza.


El dolor le provocó la muerte y entregó su alma a los viles demonios. 


jueves, 20 de octubre de 2016

La Canción de Roland (22/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión
19.- La congoja del Rey Marsil
20.- El Emir Baligan
21.- Marsil recibe ayuda


22.- Marsil y Baligan


Los dos mensajeros montaron a caballo, salieron de la ciudad y se dirigieron sin perder un solo instante al encuentro del emir Baligan. Cuando estuvieron en su presencia le entregaron las llaves de Zaragoza, entonces el emir les preguntó:

-¿Qué ha ocurrido? ¿Qué os ha dicho el rey Marsil? ¡Hablad pronto!

Y Clariano respondió:

-El rey Marsil os entrega las llaves de Zaragoza en acto de sumisión. Está muy contento de vuestra ayuda, sin embargo, tiene los días contados. Sabemos todo lo ocurrido, mi señor. 
-Hablad sin rodeos, Clariano -interrumpió el emir con impaciencia- No podemos perder el tiempo. 

-De acuerdo, os lo contaré todo. Ayer el emperador se encontraba en los puertos, dispuesto a regresar a la dulce Francia. Había dejado en Roncesvalles una retaguardia mandada por su sobrino Roldán y formada por Oliveros, los doce pares y veinte mil caballeros franceses. El rey Marsil los atacó y luchó contra Roldán, pero éste, con la Durandarte, le dio tal golpe que le separó del cuerpo la mano derecha. Roldán mató además a su hijo y a muchos barones sarracenos así que Marsil se vio obligado a retirarse. Entonces acudió el emperador Carlos, con el grueso de su ejército y persiguió a Marsil hasta Zaragoza. El rey os ruega que le ayudéis a vencer a Carlos y dice que os cede libremente el reino de España. 

Después de oír estas palabras Baligán tuvo una gran aflicción, pero Clariano aun añadió más. 
-Ayer en Roncesvalles hubo una gran batalla. Murió Roldán y con él el conde Oliveros y los doce pares a quienes Carlos amaba tanto. Quedaron en el campo de batalla los veinte mil franceses de la retaguardia del emperador. Pero el ejército de Carlos está ahora acampado en las riberas del Ebro, muy cerca de nosotros. Podemos vencerle, señor. 




El emir Baligán se alegró de estas buenas nuevas, se levantó de su trono y ordenó a los suyos con voz potente:

-¡Apresuraos, barones! Dejad las naves y preparad las tropas. Si el viejo Carlomagno no escapa pronto a sus tierras será derrotado sin remisión. El rey Marsil obtendrá con ello su desquite. Por la mano derecha que ha perdido le llevaré la cabeza del emperador. 

Así habló orgullosamente el infiel, creyendo que era invencible. 
Obedeciendo a sus capitanes los sarracenos de Arabia fueron saliendo de las naves. Después montaron en sus caballos y mulos y comenzaron a cabalgar en dirección al frente de batalla. ¿Qué otra cosa podrían hacer?. 

El emir de Babilonia no cabía en sí de contento, ¡por fin iba a enfrentarse al poderoso Carlos, jefe de la Cristianidad! 
El emir llamó a Gemalfin, uno de sus más fieles barones y le dio la siguiente orden:

-Te confío el mando de mis ejércitos. ¡Que Mahoma te sea propicio!. 

Y el emir montó en su caballo bayo y, acompañado de cuatro duques, cabalgó en dirección a Zaragoza. 

Llegaron a la ciudad y echaron pie a tierra, por la escalinata subieron al palacio del rey. En emir Baligan fue recibido por cuatro condes del rey Marsil y le acompañaron al salón del trono.. 


Abraima les esperaba y al ver a Baligan se lanzó a sus pies sollozando:
-En mala hora nací, señor, ¡qué desgracia la nuestra!. Mi pobre esposo yace moribundo y pronto nos abandonará. 

El emir se sintió acongojado y levantó a la reina con presteza. Luego ambos subieron al aposento donde yacía el rey Marsil. 

Cuando el rey Marsil vio a Baligan llamó a dos de sus esclavos y les dijo con voz apagada:
-Tomadme en vuestros brazos y levantadme.
Luego, cuando estuvo en pie, sostenido por los esclavos, con su mano izquierda tomó uno de sus guantes y haciendo acopio de todas sus fuerzas le dijo al emir con voz temblorosa:
-Os entrego todas mis tierras, señor rey. Dueño sois de Zaragoza y del feudo que de ella depende. Nada puedo hacer ya en la batalla, me queda muy poca vida. 

El emir de Babilonia se compadeció del rey Marsil y respondió con voz compunjida:
-Me apena vuestro dolor, rey Marsil. Deploro lo ocurrido en Roncesvalles, pero yo no pude acudir antes para evitaros tal vergüenza. Babilonia está muy lejos. Acepto pues, el guante que me ofrecéis en señal de sumisión, y no temáis; seré vuestro vengador. Carlos no espera mi ataque y así le venceré fácilmente. Tendréis su cabeza como reparación a la mano que os cortó Roldán, y ahora, perdonadme que no me entretenga más. He de reunirme con mis ejércitos que esperan la orden para atacar a los franceses. 

Lleno de dolor el emir se alejó llorando. Descendió la escalinata del palacio, se montó en el caballo y se incorporó a sus huestes. Pronto estuvo a la cabeza de las tropas y para animarlas lanzaba este grito:

-¡Adelante, sarracenos! ¡Venceremos! Los cobardes franceses se disponen a huir...  


lunes, 19 de septiembre de 2016

La Canción de Roland (21/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados
8.-Roldán y Oliveros
9.- El Combate
10.- Los últimos combates
11.- Mueren los capitanes de Roldán
12.- El Olifante de Roldán
13.- La muerte de Oliveros
14.- La derrota de los infieles
15.- La peña de Roldán
16.- La muerte de Roldán
17.- La victoria de Carlomagno
18.- La visión
19.- La congoja del Rey Marsil
20.- El Emir Baligan


21.- Marsil recibe ayuda

Clarifán y Clariano dejaron sus corceles bajo un olivo. Dos esclavos sujetaron las riendas. Los mensajeros recogieron sus mantos y subieron a lo más alto del palacio. Allí pidieron venia para ser recibidos.

Cuando entraron en la sala abovedada encontraron a la reina Abraima.

-Que Mahoma, Tervagán y Apolo salven al rey y guarden a la reina.

Este fue su torpe saludo, porque ignoraban la verdad de lo ocurrido, y Abraima contestó en los siguientes términos:

-Insensatas han sido vuestras palabras, oh mensajeros del emir de Babilonia. Estos dioses ya no son nuestros porque nos abandonaron en Roncesvalles. ¿Es que lo ignoráis acaso?, así debe ser porque de lo contrario no podría justificar vuestra conducta. Estos dioses dejaron perecer a todos nuestros caballeros sin mover un solo dedo a su favor. Al rey Marsil, mi esposo, a quien veis aquí, le abandonaron en plena lucha. El poderoso conde Roldán le cortó la mano derecha, fuimos derrotados y ahora Carlos de Francia será amo de este país. ¿Qué será de mí?. Mejor sería morir que soportar tales vergüenzas.

Entonces habló Clariano:

-No habléis así, señora. Hemos venido como mensajeros del emir Baligán, el poderoso rey de Babilonia. Nuestro rey protegerá a Marsil por encima de todo. Lo ha prometido y así será. En prenda de ello le envía su guante derecho y su bastón. No son vanas sus palabras. En el Ebro tenemos cuarenta mil chalanas, lanchas y rápidas galeras, y navíos en número incontable. No temáis nada, señora. El emir es fuerte y poderosos. No se contenta con poco. Irá a Francia en busca de Carlomagno con el propósito de matarle o hacerle prisionero.


Y Abraima contestó:

-El emir de Babilonia nos presta su ayuda, muy bien. Le estamos muy agradecidos. En cuanto a vencer a Carlomagno no hace falta que vaya tan lejos, no le será preciso ir a Francia para matar al emperador o hacerle prisionero. Muy cerca de aquí podrá encontrar al ejército francés, de ahí nuestros lamentos y nuestra desesperación. Hace ya siete años que el emperador se halla en este país, destruyendo ciudades y obteniendo un rico botón. Siete años hace que pedimos ayuda al emir Baligan y hasta ahora no se había dignado a acudir.

-Babilonia está muy lejos, señora –exclamó Clariano.

-Sí, Babilonia está lejos y Carlos está muy cerca. Es audaz y buen guerrero. Decidle al emir que Carlos morirá antes que huir de un campo de batalla. No podrá vencerle. Es hombre que no teme a nadie, creímos nosotros derrotarle en Roncesvalles y a la vista están los resultados. Perdimos a nuestros mejores capitanes, a la flor de nuestros ejércitos. Roldán supo ponerlos en fuga…

-¡Basta ya, mujer! –exclamó el rey Marsil enfurecido.

Y añadió dirigiéndose a los mensajeros:

-Soy el rey Marsil y es conmigo con quien tenéis que hablar. He sido derrotado y la muerte me oprime, pero aún soy el rey. No tengo ni hijo, ni hija, ni heredero que pueda sucederme. Soy el hombre más infortunado de la tierra por culpa de Roldán que en Roncesvalles aplastó mis ejércitos. Tenía un hijo y ayer tarde me lo mataron. 

No importa. Decid al emir que venga a verme, pues yo no puedo moverme de aquí. El emir ha llegado un poco tarde, pero tiene derecho sobre la tierra de España. Decidle que si desea ayudarme le entregaré todas mis tierras en feudo para que las defienda contra los franceses, mis mortales enemigos. En cuanto a Carlos aún puede vencerle si se apresura. Entregadle en mi nombre las llaves de Zaragoza. Si me ayuda podrá ser el dueño de España.

Esto dijo Marsil con voz apagada.

Y los mensajeros respondieron:

-Has hablado bien, señor. El emir Baligán será tu aliado y derrotará a tu enemigo.

Entonces dijo el rey Marsil:

-El emperador Carlos mató a todos mis hombres y devastó mis tierras. Ocupó muchas de mis ciudades y obtuvo un rico botín. Ahora acampa a orillas del Ebro, dispuesto a invadir Zaragoza y a destruirla. Siete leguas le separan de nosotros; yo las he contado. Decidle al emir que me ayude sin perder un momento. Que traiga aquí su ejército y que entable la batalla. ¡Suya es Zaragoza! Aquí os entrego las llaves.

Los dos mensajeros cogieron las llaves, se inclinaron y se alejaron luego para cumplir el mandato del rey de Zaragoza. 


sábado, 24 de enero de 2015

La Canción de Roland (4/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
....


4.-La traición de Ganelón

El rey Marsil volvió a enfurecerse por las palabras de Ganelón. Cogió el documento, rompió el sello y leyó lo escrito, que confirmaba las palabras de Ganelón. Pero además, Carlos pedía al rey que le entregara prisionero al califa para compensar la muerte de sus emisarios Basán y Basilio.

El hijo de Marsil tomó la palabra y exclamó enfurecido:

-Esto es más de lo que podemos soportar, el rey Carlos pide demasiado. Su emisario Ganelón debe morir por su atrevimiento y orgullo.

Cuando Ganelón oyó estas palabras blandió la espada y se dispuso a vender cara su vida, pero Blancandrín habló al rey en secreto y éste ordenó a su hijo que no hiciera nada en contra del emisario.

Blancandrín y el rey Marsil hablaron un buen rato a parte. El vasallo explicó a su señor la conversación que había tenido con Ganelón durante el viaje y el odio que sentía el cristiano por Roldán. Le hizo ver que esto podría servir a sus planes y que había que tratar a Ganelón como amigo.

-De acuerdo, Blancandrín –dijo el rey-. Llamad al francés, será nuestro amigo.

Entonces Blancandrín fue a buscar a Ganelón y le condujo a presencia del rey.
El rey Marsil, con semblante afable, empezó a hablar:

-Buen caballero Ganelón, perdonad mis palabras de antes. Os traté con demasiada severidad y me arrepiento de ello. Os quise matar arrastrado por el furor. Quiero que seáis mi amigo, en prenda de ello os daré grandes riquezas.

Brillaron de codicia los ojos de Ganelón, que contestó en tono sumamente cortés:

-No rechazo vuestra amistad, noble rey, ni vuestras riquezas, que Dios os recompense sobradamente con todo, estoy a vuestras órdenes.

A lo cual contestó Marsil:

-Habéis de saber, Ganelón, que ya os profeso un gran afecto, Blancandrín me ha hablado mucho de vos y me siento complacido. Pero habladme ahora de Carlomagno, de este poderoso rey que eclipsa la grandeza del sol. Sin embargo, vuestro emperador es ya viejo y el tiempo no ha pasado en balde, dicen que ha vivido más de doscientos años, ha arrastrado su cuerpo por muchas tierras, ha recibido infinidad de heridas y ha vencido a muchos reyes. Debe estar ya cansado de guerra, ¿verdad Ganelón? ¿No creéis que ya es hora de pensar en la paz?

Y Ganelón replicó con voz pausada:

-No creáis esto, noble rey. Carlos no es viejo ni quiere la paz, nadie que le conozca puede pensar en esto. Es un valiente y nunca sabría yo ensalzarle y glorificarle lo bastante. Os digo, noble señor, que no puede medirse su poder con palabras humanas, sólo Dios puso límites a su grandeza.

-En verdad que parece milagroso todo lo que contáis –repuso el rey Marsil-. Casi no puedo creerlo. Sé que Carlomagno es viejo y canoso, que cumplió los doscientos años como os dije antes, que debe por tanto estar cansado de luchar… ¿Por qué pretende, pues, hacernos la guerra?

-Ya os dije que estáis equivocado, señor. No, no estará cansado de guerrear mientras viva su sobrino Roldán. Roldán es el hombre más valeroso bajo la capa del cielo y no le va en zaga su compañero Oliveros. Ambos son la flor de los doce pares que siempre le acompañan. Los doce pares son los favoritos del rey Carlomagno y forman su vanguardia con veinte mil caballeros. Por esto os decía antes que el rey Carlos no teme a la guerra, pues se siente seguro con Roldán y sus invencibles caballeros.

Pero el rey Marsil no acababa de comprender las palabras de Ganelón y continuaba insistiendo con terquedad:

-¡Seguís sin convencerme, Ganelón! Vuestro rey esta canoso y viejo, tiene que estar cansado de guerra.

-Y yo os repito otra vez que mientras viva Roldán no se cansará de guerrear, con Roldán, Oliveros y sus doce pares el emperador se siente invencible, no teme a nadie.

-Vamos, mi buen caballero Ganelón –dijo el rey Marsil-, poseo un ejército numeroso, puedo reunir cuatrocientos mil caballeros, ¿podré con ellos luchar contra Carlos? Decidme… ¿podré vencerle?

Y Ganelón con acento firme replicó:

-No podréis, noble rey. No podréis y además perderéis muchísimos guerreros. Tenedlo presente rey Marsil y dejaos de locuras. Es preciso que seáis prudente, aceptad todo lo que el emperador os propone. Es mejor para vos y vuestro pueblo. Dadle veinte rehenes y el rey os creerá. Creerá en vuestra sinceridad y regresará a la dulce Francia. Ya no pensará en la guerra sino en la paz. Tras el emperador seguirá la retaguardia, en ella irá, según creo y espero, Roldán y también Oliveros. Si lo consigo estos dos paladines pueden considerarse muertos, Carlos perderá a sus dos más esforzados capitanes.

-Buen caballero Ganelón –repuso el rey Marsil, cada vez más interesado-, si no me equivoco habéis hablado de matar a Roldán y a Oliveros. ¿Cómo será posible esto?


-No os preocupéis, sé cómo hacerlo –respondió Ganelón con una sonrisa-. Carlos regresará a la dulce Francia, tras él irá su retaguardia. El rey pasará sus tropas por los más angostos desfiladeros de Cize, en las tropas de la retaguardia estarán Roldán, Oliveros y veinte mil franceses, el emperador ya no podrá ayudarlos. Entonces es el momento en el que vos, oh noble rey, enviéis a cien mil de vuestros sarracenos para que luchen contra ellos. Vuestra victoria es segura, la gente de Francia morirá y sufrirá un serio descalabro. No cejéis en la batalla hasta que no quede vivo ni un soldado. En esas luchas morirá Roldán, no puede escapar. Esta victoria constituirá una gran hazaña y ya no tendréis más guerras y Carlos nunca más invadirá España.

El rey Marsil escuchaba atento y su corazón rebosaba de júbilo, pero Ganelón aún dijo:

-Con la muerte de Roldán, Oliveros y sus doce pares habréis conseguido una gran victoria sobre Carlos, el emperador ya no podrá rehacer su quebrantado prestigio, jamás podrá encontrar guerreros como los que habrán muerto.

El rey Marsil, rebosante de júbilo, abrazó a Ganelón, luego empezó a enseñarle sus tesoros.

-De todas formas las palabras solas valen bien poco –dijo el rey Marsil-. Es preciso jurar.

-De acuerdo, vos mandáis.

-Jurad que traicionaréis a Roldán.

-Sea como gustéis, juro traicionar a Roldán.

Y Ganelón juró sobre las reliquias de su espada Munglés.
Pero el rey Marsil aún no estaba satisfecho y quiso jurar él también. Había allí un faldistorio de marfil y el rey ordenó que le llevaran un libro en el que estaba escrita la ley de Mahoma y Tervagán. Sobre este libro juró el sarraceno diciendo que si en el combate encontraba a Roldán lucharía con él hasta matarle.

-Que así sea –respondió el pérfido Ganelón.

Acudieron entonces varios nobles sarracenos a felicitar al traidor. Uno de ellos, Valdabrún, se acercó al rey Mársil. Luego, riendo, habló así a Ganelón.

-Os felicito, noble señor, en prenda de mi amistad os entrego mi espada, no hay otra cosa mejor en todas estas tierras. El pomo vale más de mil escudos de oro, por mi parte os prometo colaborar en la empresa de matar a Roldán.

-Os lo agradezco mucho, así se hará –respondió el conde Ganelón.

Y en prenda de amistad el cristiano y el sarraceno se besaron en el rostro y en la barba.

Después se acercó otro infiel, Climorín, éste le dijo a Ganelón con una sonrisa:

-Os entrego mi yelmo, noble señor, no hay otro igual en estas tierras, yo también os ayudaré en la empresa de vencer a Roldán.

-Gracias, así se hará –repuso Ganelón.

Y luego se besaron en el rostro y en la barba en señal de amistad.

La reina Abraima, esposa de Marsil, habló al conde Ganelón en los siguientes términos:

-Mucho os aprecio, señor, porque mi esposo y todos os tienen en tanta estima. En prenda de mi amistad os entrego dos ajorcas para vuestra esposa. No las hay mejores por estas tierras, son de oro, con amatistas y jacintos y valen más que todas las riquezas que pasee Roma. Son un regalo digno de un emperador.

-Gracias, noble señora. Ofreceré las ajorcas a mi esposa en vuestro nombre, nunca sabrá agradecéroslo bastante.

Entonces el rey Marsil llamó a Malduit, su tesorero.

-¿Está preparado el tesoro que hemos de entregar al rey Carlos? –preguntó.

-Si, señor, está ya preparado según vuestras instrucciones, es el tesoro más rico que jamás haya soñado persona alguna. Son trescientos camellos cargados de oro y plata.

-Muy bien, Malduit. Has cumplido perfectamente mis órdenes, serás recompensado por tu celo.

El rey Marsil puso la mano sobre el hombro del conde Ganelón y le habló así:

-Sois un hombre esforzado y prudente. Vuestros consejos han sido muy valiosos. No lo olvidaré jamás. En nombre de vuestro Dios continuad siendo amigo nuestro y no tendréis de qué arrepentiros. Os lo aseguro. Y para que veáis que no todo son palabras quiero regalaros una parte de mis riquezas: diez mulos cargados con el oro más fino de Arabia. Anualmente recibiréis igual cantidad. Y ahora podéis ir con el emperador y hacerle entrega de los grandes tesoros que le doy en prenda del pacto para que se retire a Aquisgrán; trescientos camellos cargados de oro y plata y veinte rehenes. Creo que Carlos creerá en mis palabras con semejante ofrenda. Y vos ya lo sabéis: que Roldán y sus hombres queden rezagados y ya nos encargaremos nosotros de que no quede ni uno siquiera con vida.

-Estad seguro que cumpliré lo pactado pero debo marchar enseguida para no inspirar sospechas.



Y el traidor Ganelón se despidió afablemente del rey y de sus nobles y partió hacia el campamento de Carlos.  

5.- El Sueño de Carlomagno