sábado, 24 de enero de 2015

La Canción de Roland (4/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
....


4.-La traición de Ganelón

El rey Marsil volvió a enfurecerse por las palabras de Ganelón. Cogió el documento, rompió el sello y leyó lo escrito, que confirmaba las palabras de Ganelón. Pero además, Carlos pedía al rey que le entregara prisionero al califa para compensar la muerte de sus emisarios Basán y Basilio.

El hijo de Marsil tomó la palabra y exclamó enfurecido:

-Esto es más de lo que podemos soportar, el rey Carlos pide demasiado. Su emisario Ganelón debe morir por su atrevimiento y orgullo.

Cuando Ganelón oyó estas palabras blandió la espada y se dispuso a vender cara su vida, pero Blancandrín habló al rey en secreto y éste ordenó a su hijo que no hiciera nada en contra del emisario.

Blancandrín y el rey Marsil hablaron un buen rato a parte. El vasallo explicó a su señor la conversación que había tenido con Ganelón durante el viaje y el odio que sentía el cristiano por Roldán. Le hizo ver que esto podría servir a sus planes y que había que tratar a Ganelón como amigo.

-De acuerdo, Blancandrín –dijo el rey-. Llamad al francés, será nuestro amigo.

Entonces Blancandrín fue a buscar a Ganelón y le condujo a presencia del rey.
El rey Marsil, con semblante afable, empezó a hablar:

-Buen caballero Ganelón, perdonad mis palabras de antes. Os traté con demasiada severidad y me arrepiento de ello. Os quise matar arrastrado por el furor. Quiero que seáis mi amigo, en prenda de ello os daré grandes riquezas.

Brillaron de codicia los ojos de Ganelón, que contestó en tono sumamente cortés:

-No rechazo vuestra amistad, noble rey, ni vuestras riquezas, que Dios os recompense sobradamente con todo, estoy a vuestras órdenes.

A lo cual contestó Marsil:

-Habéis de saber, Ganelón, que ya os profeso un gran afecto, Blancandrín me ha hablado mucho de vos y me siento complacido. Pero habladme ahora de Carlomagno, de este poderoso rey que eclipsa la grandeza del sol. Sin embargo, vuestro emperador es ya viejo y el tiempo no ha pasado en balde, dicen que ha vivido más de doscientos años, ha arrastrado su cuerpo por muchas tierras, ha recibido infinidad de heridas y ha vencido a muchos reyes. Debe estar ya cansado de guerra, ¿verdad Ganelón? ¿No creéis que ya es hora de pensar en la paz?

Y Ganelón replicó con voz pausada:

-No creáis esto, noble rey. Carlos no es viejo ni quiere la paz, nadie que le conozca puede pensar en esto. Es un valiente y nunca sabría yo ensalzarle y glorificarle lo bastante. Os digo, noble señor, que no puede medirse su poder con palabras humanas, sólo Dios puso límites a su grandeza.

-En verdad que parece milagroso todo lo que contáis –repuso el rey Marsil-. Casi no puedo creerlo. Sé que Carlomagno es viejo y canoso, que cumplió los doscientos años como os dije antes, que debe por tanto estar cansado de luchar… ¿Por qué pretende, pues, hacernos la guerra?

-Ya os dije que estáis equivocado, señor. No, no estará cansado de guerrear mientras viva su sobrino Roldán. Roldán es el hombre más valeroso bajo la capa del cielo y no le va en zaga su compañero Oliveros. Ambos son la flor de los doce pares que siempre le acompañan. Los doce pares son los favoritos del rey Carlomagno y forman su vanguardia con veinte mil caballeros. Por esto os decía antes que el rey Carlos no teme a la guerra, pues se siente seguro con Roldán y sus invencibles caballeros.

Pero el rey Marsil no acababa de comprender las palabras de Ganelón y continuaba insistiendo con terquedad:

-¡Seguís sin convencerme, Ganelón! Vuestro rey esta canoso y viejo, tiene que estar cansado de guerra.

-Y yo os repito otra vez que mientras viva Roldán no se cansará de guerrear, con Roldán, Oliveros y sus doce pares el emperador se siente invencible, no teme a nadie.

-Vamos, mi buen caballero Ganelón –dijo el rey Marsil-, poseo un ejército numeroso, puedo reunir cuatrocientos mil caballeros, ¿podré con ellos luchar contra Carlos? Decidme… ¿podré vencerle?

Y Ganelón con acento firme replicó:

-No podréis, noble rey. No podréis y además perderéis muchísimos guerreros. Tenedlo presente rey Marsil y dejaos de locuras. Es preciso que seáis prudente, aceptad todo lo que el emperador os propone. Es mejor para vos y vuestro pueblo. Dadle veinte rehenes y el rey os creerá. Creerá en vuestra sinceridad y regresará a la dulce Francia. Ya no pensará en la guerra sino en la paz. Tras el emperador seguirá la retaguardia, en ella irá, según creo y espero, Roldán y también Oliveros. Si lo consigo estos dos paladines pueden considerarse muertos, Carlos perderá a sus dos más esforzados capitanes.

-Buen caballero Ganelón –repuso el rey Marsil, cada vez más interesado-, si no me equivoco habéis hablado de matar a Roldán y a Oliveros. ¿Cómo será posible esto?


-No os preocupéis, sé cómo hacerlo –respondió Ganelón con una sonrisa-. Carlos regresará a la dulce Francia, tras él irá su retaguardia. El rey pasará sus tropas por los más angostos desfiladeros de Cize, en las tropas de la retaguardia estarán Roldán, Oliveros y veinte mil franceses, el emperador ya no podrá ayudarlos. Entonces es el momento en el que vos, oh noble rey, enviéis a cien mil de vuestros sarracenos para que luchen contra ellos. Vuestra victoria es segura, la gente de Francia morirá y sufrirá un serio descalabro. No cejéis en la batalla hasta que no quede vivo ni un soldado. En esas luchas morirá Roldán, no puede escapar. Esta victoria constituirá una gran hazaña y ya no tendréis más guerras y Carlos nunca más invadirá España.

El rey Marsil escuchaba atento y su corazón rebosaba de júbilo, pero Ganelón aún dijo:

-Con la muerte de Roldán, Oliveros y sus doce pares habréis conseguido una gran victoria sobre Carlos, el emperador ya no podrá rehacer su quebrantado prestigio, jamás podrá encontrar guerreros como los que habrán muerto.

El rey Marsil, rebosante de júbilo, abrazó a Ganelón, luego empezó a enseñarle sus tesoros.

-De todas formas las palabras solas valen bien poco –dijo el rey Marsil-. Es preciso jurar.

-De acuerdo, vos mandáis.

-Jurad que traicionaréis a Roldán.

-Sea como gustéis, juro traicionar a Roldán.

Y Ganelón juró sobre las reliquias de su espada Munglés.
Pero el rey Marsil aún no estaba satisfecho y quiso jurar él también. Había allí un faldistorio de marfil y el rey ordenó que le llevaran un libro en el que estaba escrita la ley de Mahoma y Tervagán. Sobre este libro juró el sarraceno diciendo que si en el combate encontraba a Roldán lucharía con él hasta matarle.

-Que así sea –respondió el pérfido Ganelón.

Acudieron entonces varios nobles sarracenos a felicitar al traidor. Uno de ellos, Valdabrún, se acercó al rey Mársil. Luego, riendo, habló así a Ganelón.

-Os felicito, noble señor, en prenda de mi amistad os entrego mi espada, no hay otra cosa mejor en todas estas tierras. El pomo vale más de mil escudos de oro, por mi parte os prometo colaborar en la empresa de matar a Roldán.

-Os lo agradezco mucho, así se hará –respondió el conde Ganelón.

Y en prenda de amistad el cristiano y el sarraceno se besaron en el rostro y en la barba.

Después se acercó otro infiel, Climorín, éste le dijo a Ganelón con una sonrisa:

-Os entrego mi yelmo, noble señor, no hay otro igual en estas tierras, yo también os ayudaré en la empresa de vencer a Roldán.

-Gracias, así se hará –repuso Ganelón.

Y luego se besaron en el rostro y en la barba en señal de amistad.

La reina Abraima, esposa de Marsil, habló al conde Ganelón en los siguientes términos:

-Mucho os aprecio, señor, porque mi esposo y todos os tienen en tanta estima. En prenda de mi amistad os entrego dos ajorcas para vuestra esposa. No las hay mejores por estas tierras, son de oro, con amatistas y jacintos y valen más que todas las riquezas que pasee Roma. Son un regalo digno de un emperador.

-Gracias, noble señora. Ofreceré las ajorcas a mi esposa en vuestro nombre, nunca sabrá agradecéroslo bastante.

Entonces el rey Marsil llamó a Malduit, su tesorero.

-¿Está preparado el tesoro que hemos de entregar al rey Carlos? –preguntó.

-Si, señor, está ya preparado según vuestras instrucciones, es el tesoro más rico que jamás haya soñado persona alguna. Son trescientos camellos cargados de oro y plata.

-Muy bien, Malduit. Has cumplido perfectamente mis órdenes, serás recompensado por tu celo.

El rey Marsil puso la mano sobre el hombro del conde Ganelón y le habló así:

-Sois un hombre esforzado y prudente. Vuestros consejos han sido muy valiosos. No lo olvidaré jamás. En nombre de vuestro Dios continuad siendo amigo nuestro y no tendréis de qué arrepentiros. Os lo aseguro. Y para que veáis que no todo son palabras quiero regalaros una parte de mis riquezas: diez mulos cargados con el oro más fino de Arabia. Anualmente recibiréis igual cantidad. Y ahora podéis ir con el emperador y hacerle entrega de los grandes tesoros que le doy en prenda del pacto para que se retire a Aquisgrán; trescientos camellos cargados de oro y plata y veinte rehenes. Creo que Carlos creerá en mis palabras con semejante ofrenda. Y vos ya lo sabéis: que Roldán y sus hombres queden rezagados y ya nos encargaremos nosotros de que no quede ni uno siquiera con vida.

-Estad seguro que cumpliré lo pactado pero debo marchar enseguida para no inspirar sospechas.



Y el traidor Ganelón se despidió afablemente del rey y de sus nobles y partió hacia el campamento de Carlos.  

5.- El Sueño de Carlomagno

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