2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
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3.- Ganelón y Blancandrín
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4.-La traición de Ganelón
El rey Marsil volvió a
enfurecerse por las palabras de Ganelón. Cogió el documento, rompió el sello y
leyó lo escrito, que confirmaba las palabras de Ganelón. Pero además, Carlos
pedía al rey que le entregara prisionero al califa para compensar la muerte de
sus emisarios Basán y Basilio.
El hijo de Marsil tomó la palabra
y exclamó enfurecido:
-Esto es más de lo que podemos
soportar, el rey Carlos pide demasiado. Su emisario Ganelón debe morir por su
atrevimiento y orgullo.
Cuando Ganelón oyó estas palabras
blandió la espada y se dispuso a vender cara su vida, pero Blancandrín habló al
rey en secreto y éste ordenó a su hijo que no hiciera nada en contra del
emisario.
Blancandrín y el rey Marsil
hablaron un buen rato a parte. El vasallo explicó a su señor la conversación
que había tenido con Ganelón durante el viaje y el odio que sentía el cristiano
por Roldán. Le hizo ver que esto podría servir a sus planes y que había que
tratar a Ganelón como amigo.
-De acuerdo, Blancandrín –dijo el
rey-. Llamad al francés, será nuestro amigo.
Entonces Blancandrín fue a buscar
a Ganelón y le condujo a presencia del rey.
El rey Marsil, con semblante
afable, empezó a hablar:
-Buen caballero Ganelón, perdonad
mis palabras de antes. Os traté con demasiada severidad y me arrepiento de
ello. Os quise matar arrastrado por el furor. Quiero que seáis mi amigo, en
prenda de ello os daré grandes riquezas.
Brillaron de codicia los ojos de
Ganelón, que contestó en tono sumamente cortés:
-No rechazo vuestra amistad,
noble rey, ni vuestras riquezas, que Dios os recompense sobradamente con todo,
estoy a vuestras órdenes.
A lo cual contestó Marsil:
-Habéis de saber, Ganelón, que ya
os profeso un gran afecto, Blancandrín me ha hablado mucho de vos y me siento
complacido. Pero habladme ahora de Carlomagno, de este poderoso rey que eclipsa
la grandeza del sol. Sin embargo, vuestro emperador es ya viejo y el tiempo no
ha pasado en balde, dicen que ha vivido más de doscientos años, ha arrastrado
su cuerpo por muchas tierras, ha recibido infinidad de heridas y ha vencido a
muchos reyes. Debe estar ya cansado de guerra, ¿verdad Ganelón? ¿No creéis que
ya es hora de pensar en la paz?
Y Ganelón replicó con voz
pausada:
-No creáis esto, noble rey.
Carlos no es viejo ni quiere la paz, nadie que le conozca puede pensar en esto.
Es un valiente y nunca sabría yo ensalzarle y glorificarle lo bastante. Os
digo, noble señor, que no puede medirse su poder con palabras humanas, sólo
Dios puso límites a su grandeza.
-En verdad que parece milagroso
todo lo que contáis –repuso el rey Marsil-. Casi no puedo creerlo. Sé que
Carlomagno es viejo y canoso, que cumplió los doscientos años como os dije
antes, que debe por tanto estar cansado de luchar… ¿Por qué pretende, pues,
hacernos la guerra?
-Ya os dije que estáis
equivocado, señor. No, no estará cansado de guerrear mientras viva su sobrino
Roldán. Roldán es el hombre más valeroso bajo la capa del cielo y no le va en
zaga su compañero Oliveros. Ambos son la flor de los doce pares que siempre le
acompañan. Los doce pares son los favoritos del rey Carlomagno y forman su
vanguardia con veinte mil caballeros. Por esto os decía antes que el rey Carlos
no teme a la guerra, pues se siente seguro con Roldán y sus invencibles
caballeros.
Pero el rey Marsil no acababa de
comprender las palabras de Ganelón y continuaba insistiendo con terquedad:
-¡Seguís sin convencerme,
Ganelón! Vuestro rey esta canoso y viejo, tiene que estar cansado de guerra.
-Y yo os repito otra vez que
mientras viva Roldán no se cansará de guerrear, con Roldán, Oliveros y sus doce
pares el emperador se siente invencible, no teme a nadie.
-Vamos, mi buen caballero Ganelón
–dijo el rey Marsil-, poseo un ejército numeroso, puedo reunir cuatrocientos
mil caballeros, ¿podré con ellos luchar contra Carlos? Decidme… ¿podré
vencerle?
Y Ganelón con acento firme
replicó:
-No podréis, noble rey. No
podréis y además perderéis muchísimos guerreros. Tenedlo presente rey Marsil y
dejaos de locuras. Es preciso que seáis prudente, aceptad todo lo que el
emperador os propone. Es mejor para vos y vuestro pueblo. Dadle veinte rehenes
y el rey os creerá. Creerá en vuestra sinceridad y regresará a la dulce
Francia. Ya no pensará en la guerra sino en la paz. Tras el emperador seguirá
la retaguardia, en ella irá, según creo y espero, Roldán y también Oliveros. Si
lo consigo estos dos paladines pueden considerarse muertos, Carlos perderá a
sus dos más esforzados capitanes.
-Buen caballero Ganelón –repuso
el rey Marsil, cada vez más interesado-, si no me equivoco habéis hablado de
matar a Roldán y a Oliveros. ¿Cómo será posible esto?
-No os preocupéis, sé cómo
hacerlo –respondió Ganelón con una sonrisa-. Carlos regresará a la dulce
Francia, tras él irá su retaguardia. El rey pasará sus tropas por los más angostos
desfiladeros de Cize, en las tropas de la retaguardia estarán Roldán, Oliveros
y veinte mil franceses, el emperador ya no podrá ayudarlos. Entonces es el
momento en el que vos, oh noble rey, enviéis a cien mil de vuestros sarracenos
para que luchen contra ellos. Vuestra victoria es segura, la gente de Francia
morirá y sufrirá un serio descalabro. No cejéis en la batalla hasta que no
quede vivo ni un soldado. En esas luchas morirá Roldán, no puede escapar. Esta
victoria constituirá una gran hazaña y ya no tendréis más guerras y Carlos
nunca más invadirá España.
El rey Marsil escuchaba atento y
su corazón rebosaba de júbilo, pero Ganelón aún dijo:
-Con la muerte de Roldán,
Oliveros y sus doce pares habréis conseguido una gran victoria sobre Carlos, el
emperador ya no podrá rehacer su quebrantado prestigio, jamás podrá encontrar
guerreros como los que habrán muerto.
El rey Marsil, rebosante de
júbilo, abrazó a Ganelón, luego empezó a enseñarle sus tesoros.
-De todas formas las palabras
solas valen bien poco –dijo el rey Marsil-. Es preciso jurar.
-De acuerdo, vos mandáis.
-Jurad que traicionaréis a
Roldán.
-Sea como gustéis, juro
traicionar a Roldán.
Y Ganelón juró sobre las
reliquias de su espada Munglés.
Pero el rey Marsil aún no estaba
satisfecho y quiso jurar él también. Había allí un faldistorio de marfil y el
rey ordenó que le llevaran un libro en el que estaba escrita la ley de Mahoma y
Tervagán. Sobre este libro juró el sarraceno diciendo
que si en el combate encontraba a Roldán lucharía con él hasta matarle.
-Que así sea –respondió el
pérfido Ganelón.
Acudieron entonces varios nobles
sarracenos a felicitar al traidor. Uno de ellos, Valdabrún, se acercó al rey
Mársil. Luego, riendo, habló así a Ganelón.
-Os felicito, noble señor, en
prenda de mi amistad os entrego mi espada, no hay otra cosa mejor en todas
estas tierras. El pomo vale más de mil escudos de oro, por mi parte os prometo
colaborar en la empresa de matar a Roldán.
-Os lo agradezco mucho, así se
hará –respondió el conde Ganelón.
Y en prenda de amistad el
cristiano y el sarraceno se besaron en el rostro y en la barba.
Después se acercó otro infiel,
Climorín, éste le dijo a Ganelón con una sonrisa:
-Os entrego mi yelmo, noble señor,
no hay otro igual en estas tierras, yo también os ayudaré en la empresa de
vencer a Roldán.
-Gracias, así se hará –repuso Ganelón.
Y luego se besaron en el rostro y
en la barba en señal de amistad.
La reina Abraima, esposa de
Marsil, habló al conde Ganelón en los siguientes términos:
-Mucho os aprecio, señor, porque
mi esposo y todos os tienen en tanta estima. En prenda de mi amistad os entrego
dos ajorcas para vuestra esposa. No las hay mejores por estas tierras, son de
oro, con amatistas y jacintos y valen más que todas las riquezas que pasee
Roma. Son un regalo digno de un emperador.
-Gracias, noble señora. Ofreceré
las ajorcas a mi esposa en vuestro nombre, nunca sabrá agradecéroslo bastante.
Entonces el rey Marsil llamó a
Malduit, su tesorero.
-¿Está preparado el tesoro que
hemos de entregar al rey Carlos? –preguntó.
-Si, señor, está ya preparado
según vuestras instrucciones, es el tesoro más rico que jamás haya soñado
persona alguna. Son trescientos camellos cargados de oro y plata.
-Muy bien, Malduit. Has cumplido
perfectamente mis órdenes, serás recompensado por tu celo.
El rey Marsil puso la mano sobre
el hombro del conde Ganelón y le habló así:
-Sois un hombre esforzado y
prudente. Vuestros consejos han sido muy valiosos. No lo olvidaré jamás. En
nombre de vuestro Dios continuad siendo amigo nuestro y no tendréis de qué arrepentiros.
Os lo aseguro. Y para que veáis que no todo son palabras quiero regalaros una
parte de mis riquezas: diez mulos cargados con el oro más fino de Arabia. Anualmente
recibiréis igual cantidad. Y ahora podéis ir con el emperador y hacerle entrega
de los grandes tesoros que le doy en prenda del pacto para que se retire a
Aquisgrán; trescientos camellos cargados de oro y plata y veinte rehenes. Creo
que Carlos creerá en mis palabras con semejante ofrenda. Y vos ya lo sabéis:
que Roldán y sus hombres queden rezagados y ya nos encargaremos nosotros de que
no quede ni uno siquiera con vida.
-Estad seguro que cumpliré lo
pactado pero debo marchar enseguida para no inspirar sospechas.
Y el traidor Ganelón se despidió
afablemente del rey y de sus nobles y partió hacia el campamento de Carlos.
5.- El Sueño de Carlomagno
5.- El Sueño de Carlomagno
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