sábado, 8 de noviembre de 2014

La Canción de Roland (2/34)

1.- EL REY MÁRSIL


2.- LA EMBAJADA



Los diez nobles del rey Marsil llegaron hasta el campamento del emperador. Éste sentíase jubiloso y de buen talante. La ciudad de Cortes se encontraba ya en su poder, y las murallas de la ciudad habían sido derruidas.  Las máquinas de guerra derribaron los torreones y los infantes entraron por las puertas y recogieron un gran botín; oro, plata y costosas armaduras.

Embajadores de Marsil ante Carlomagno, 

Manuscrito de Bonn, Lapiz a Color, año 1.450
El campamento imperial se hallaba en una ancha pradera, al emperador le rodeaban sus nobles barones, el valiente Roldán, el altivo Anseís, Godofredo de Anjou el gonfalonero, el prudente Oliveros, el duque Sansón, Garín, Gerer y otros muchos caballeros de la dulce Francia hasta quince mil.

Los del séquito real estaban sentados sobre blancos tapices, los caballeros de más edad entretenían sus ocios jugando al ajedrez y a las damas, mientras los jóvenes se adiestraban en el manejo de la espada.



Bajo un pino, junto a un agavanzo , los críados habían preparados un faldistorio,  todo de oro puro. Allí se sentó el emperador Carlos, que destacaba de todos los demás por su barba blanca y su florida cabeza, gallardo cuerpo y fieros ademanes.

Los enviados del rey Marsil echaron pie a tierra y en seguida fueron conducidos a su presencia. Le saludaron con reverencia, y, a un gesto de Carlos, Blancandrín habló en los siguientes términos:

Llegada de la Embajada de Marsil a Carlomagno, miniatura del SXIV Biblioteca Marciana, Venecia. 

-Os saludo, noble y alto emperador de todos los reinos cristianos de aquende y allende por los Pirineos, en el nombre de Dios todopoderosos, a quien vosotros adoráis y a quien nosotros debemos adorar, escuchad el mensaje que os envía el poderoso rey Marsil de la muy noble villa de Zaragoza. Penetrado de la ley salvadora quisiera ofreceros tributos regios, os dará lebreles en abundancia, osos y leones encadenados, setecientos camellos y mil azores, además, cuatrocientos mulos cargados de oro y plata y una reata de cincuenta carros repletos de besantes de oro fino, en tal cantidad podréis pagar largamente a vuestros soldados. A cabio de esto, mi señor os pide que regreséis a Francia, a Aquisgran, no necesitáis luchar ¡oh noble emperador! por cuanto os ofrecemos la paz, mi rey os promete seguiros a no tardar mucho.


El rey Carlomagno recibe los regalos de Marsil, SXIV, Biblioteca Nacional de Oester, Viena

Blancandrín calló esperando una respuesta, el emperador tendió al cielo sus brazos, bajó la cabeza y comenzó a meditar. Nadie de los presentes se atrevía a interrumpir aquel silencio tan lleno de presagios. Moros y cristianos sabían de la prudencia del rey Carlos y que jamás hablaba por hablar.

Cuando el monarca franco se levantó del asiento su rostro estaba lleno de nobleza:

-Habéis hablado bien, noble barón. Pero tened en cuenta que hasta hoy el rey Marsil ha sido un gran enemigo. ¿Cómo podré fiar en sus palabras?

-Mi rey os ofrece rehenes –respondió el sarraceno con una sonrisa-. Diez, quince, veinte, los que queráis. Os traeré a mi propio hijo y con él a los hijos de los más esclarecidos barones de nuestra tierra. Cuando estéis ya en vuestro palacio de Aquisgran y celebréis la gran fiesta de San Miguel del Peligro, acudirá mi señor.  Quiere ser cristiano y vasallo vuestro, no podéis dudar de estas pruebas que os ofrece, oh noble emperador.

Los emisarios de Marsil ofrecen una falsa paz, Dibujo en pluma de 1.180-1.190, Biblioteca Universitaria de Heidelberg

La tarde era hermosa y risueño el crepúsculo, Carlos despidió a los mensajeros y ordenó levantar una tienda en medio del ancho vergel para albergar en ella a los enviados del rey Marsil. Al día siguiente, muy de mañana, se levantó el emperador. Asistió a los maitines  y a la misa. Después, bajo un pino, convocó a sus barones, quería hablarles del mensaje del rey Marsil y ser aconsejado por ellos.

El rey se sentó y todos los barones hicieron lo mismo. Entre ellos estaban el duque Ogier y el arzobispo Turpin, el valiente Acelino, conde de Gascuña, Garín y Gerer, Ricardo el viejo y su sobrino Enrique, Tibaldo de Reims y su primo Milón, el conde Roldan y el esforzado Oliveros. Estaban presentes más de mil caballeros de la dulce Francia, y entre ellos Ganelón, que luego habría de traicionarlos.

Carlomagno junto a Roldan y Olivier, 

detalle de un vitral de la Catedral

Románica de Estrasburgo, año 1.200
Cuando se hizo el silencio empezó a hablar el emperador:

-¡Barones del Imperio! Ya sabéis que el rey Marsil de Zaragoza me ha enviado mensajeros para ofrecerme una parte de sus riquezas a cambio de una paz eterna. Pero me invita a regresar a Francia y asegura por su honor que el acudirá a Aquisgrán para hacerse cristiano y vasallo nuestro. Estas son sus intenciones pero no sé si en ellas hay doblez o farsa.

El emperador había expresado su pensamiento y esperaba el consejo de sus barones, 
entonces se levantó el esforzado Roldan y dijo:

-No os fieis de Marsil, señor, hace ya siete años que estamos en España y hemos conquistado muchas ciudades. Yo mismo, señor, os conquisté Napal y Monubles, tomé  además Valtierra y las villas de Pina, Balaguer, Sevil y Tudela. He de deciros también, señor, que en todo momento el rey Marsil se comportó como un traidor, una vez envió a quince de sus siervos con ramas de olivo y todos traían siempre el mismo mensaje, entonces escuchasteis lo que pensaban vuestros guerreros del enemigo sarraceno. Os aconsejaron mal, tuvisteis fe en sus promesas y enviasteis al infiel a dos de vuestros condes, a Basán y a Basilio, que fueron decapitados cerca de Peraltilla. Ya veis, señor: no hay que fiarse de un enemigo tan innoble… No aceptéis la paz y continuad luchando como hasta ahora. Es más, decid a los mensajeros de Marsil que vais a atacar Zaragoza. Sitiad la ciudad aunque esta empresa haya de durar toda la vida, y así vengaréis a los que fueron muertos a traición por los sarracenos del rey Marsil.

Carlomagno sentado entre Roldan y Olivier, dibujo a pluma de 1.180-1.190, Biblioteca Universitaria de Heidelberg. 

El emperador escuchó atentamente las palabras de Roldán sin saber que contestar, estaba cabizbajo, se atusó la barba y el mostacho…
Los nobles barones permanecían también callados hasta que uno de ellos, Ganelón, se levantó y se acercó a Carlomagno, con ademán altivo empezó a hablar.

-No es posible rechazar las promesas del rey Marsil, ¡Desdichado de vos si hacéis caso del consejo dictado por el orgullo! Debe prevalecer la sensatez en todos nuestros actos. Los locos sobran en nuestros consejos, atengámonos a los juicios discretos…

Después de hablar Ganelón avanzó Naimón, el vasallo más fiel que tenía Carlomagno, y dijo:

-Habéis oído el parecer de Ganelón, señor, creo que es sensato y debemos seguirlo, el rey Marsil esta derrotado y hoy os ofrece la paz. Sería temerario ir más lejos, además, os ofrece rehenes en prenda de buena fe, no podemos desconfiar de sus intenciones, esta guerra no debe continuar…

Muchos de los presentes hicieron signos de aprobación, el mismo rey parecía convencido.

-Nobles barones – preguntó el soberano- ¿quién de vosotros podría ir a Zaragoza con un mensaje mío para el rey Marsil?

Entonces el duque Naimón se levantó a hablar.

-Si dais vuestra venia, iré yo. Yo seré vuestro mensajero.


-No, no iréis, no los quiero. Sois, es cierto, hombre de excelente consejo y os quiero cerca de mí, sentaos, duque.

Naimón, entristecido, obedeció a su soberano.

-Nobles barones –repitió el rey- ¿a quién podré enviar a Zaragoza?

El esforzado Roldán contestó:

-Yo puedo ir, señor

-No, vos no podéis ir –interrumpió el conde Oliveros-. Sois demasiado altivo y vuestro hablar es rudo. Me temo que el sarraceno se sienta humillado por vos y os mande encerrar en una mazmorra, yo puedo ir si el rey quiere…

-Callad los dos –replicó Carlomagno- no vais a ir ni uno ni otro, por mi barba blanca ¡mal haya quien me nombre a uno de los doce pares!

Todos los presentes se estremecieron al observar la cólera del rey, entonces se levantó el arzobispo Turpín de Reims y habló así al soberano:

-Tenéis razón, señor, vuestros pares no deben encargarse de tal misión. Siete años hace que luchan sin desmayo en esta tierra y han sufrido muchas fatigas y sinsabores. Dejad que vaya yo, señor. Dadme el bastón y el guante en calidad de enviado vuestro. Yo veré al rey Marsil y podré deciros lo que piensa en realidad, o sea, si son verdaderas o falsas sus promesas.

-¡No admito vuestra petición, arzobispo Turpin, no seréis vos el mensajero! –exclamó el emperador en tono colérico- y no habléis más si yo no os autorizo. 

Otra vez se hizo un silencio embarazoso, dominado por la cólera del emperador franco. 

Este volvió a hablar con voz potente:

-Ya sabéis cuáles son mis ideas, elegid ahora al barón que lleve al rey Marsil mi mensaje.

-Yo propongo a Ganelón, mi padrastro –dijo Roldán.

Roldán propone a su padrastro Ganelón, como embajador ante Marsil,
Dibujo a pluma de 1.180-1.190, Biblioteca Universitaria de Heidelberg.


La mayoría de los presentes expresaron con murmullos su asentimiento, se oyó comentar entre ellos “Roldán está en lo cierto, Ganelón es el mejor mensajero que nos sería posible encontrar”

El conde Ganelón no era del mismo parecer, al oír la propuesta de Roldán empezó a arrancar de su cuello, con ademán furioso, las grandes pieles de marta. Luego se levantó de su asiento y se acercó a Roldán.

-¡Estás loco! –exclamó en tono colérico-. ¿Por qué me odias de esta manera? Me has propuesto a mí, que soy tu padrastro, de mensajero. ¿Por qué? ¿Acaso quieres mi muerte? Deseas que hable con el rey Marsil ¿verdad?, pues iré, ya que el rey a aprobado tal designación, pero si Dios permite que regrese sano y salvo, te aseguro, Roldán, que te infligiré tal quebranto que lo recordarás mientras vivas.

-¡Bah! Habláis en tono jactancioso y esto no cuadra con vuestra persona, por otra parte, no me importan vuestras amenazas. Os he propuesto creyendo honraros ante el rey, puesto que sois mi padrastro, pero estoy dispuesto a ir yo en vuestro lugar si el rey lo acepta.

-No, tú no irás en mi lugar –repuso Ganelón con ademán altivo- Has de saber que no le tengo miedo a nada ni a nadie, y menos a un rey infiel. Ni tu eres mi vasallo ni yo soy tu señor, Carlos es el único que puede mandarme. Si él lo quiere iré a entrevistarme con el rey Marsil, pero a ti, Roldán, no voy a perdonarte tu intromisión ni el que me hayas propuesto para el cargo de mensajero. 

Carlomagno envía a Ganelón como embajada al rey Marsil, Miniatura de 1.274
de la Biblioteca de Sainte Geneviève, París.
Al oír estas palabras de Ganelón, Roldán no pudo hacer menos que echarse a reír, lo cual aumentó la cólera de aquél, y dijo Ganelón al imprudente Roldán:

-Os lo vuelvo a repetir Roldán, jamás perdonaré que me hayáis propuesto para esta misión, os odio, Roldán, no olvidéis mis amenazas, y ahora –repuso dirigiéndose a Carlos- aquí me tenéis, alto emperador. Soy vuestro vasallo y como tal cumpliré vuestro mandato.

El emperador había escuchado el diálogo sin pronunciar palabra, conocía el genio del conde y no dio mucha importancia a sus amenazas.

-Iré a Zaragoza –añadió Ganelón-, puesto que es voluntad vuestra. Pero en esta empresa no tengo asegurado el regreso, no lo olvidéis, señor. Pensad en mi esposa, que es vuestra hermana, y en mi hijo, el más bello doncel que existe en Francia. Mi hijo Balduino es mi heredero, cuidad de ellos, señor, si acaso no vuelvo a verlos.

Ganelón es enviado a Zaragoza ante el Rey Sarraceno, Grandes Crónicas de Francia.
S XIV, Biblioteca Nacional de Oester, Viena. 

-No estáis muy animados en verdad –exclamó Carlomagno-. Pero en fin, no tengáis cuidado, vuestra esposa y vuestro hijo están bajo mi protección. Y ahora acercaros y tomad el bastón y el guante, emblemas del mensajero. No penséis mal de Roldán, habéis sido elegido por mis barones.

-No lo creáis, señor. Todo ha sido un ardid de Roldán para vengarse de mí, me odia, señor. Jamás podré quererle, ni tampoco a Oliveros ni a los doce pares porque todos ellos son amigos suyos y le quieren. Todos son mis enemigos y ¡les reto a todos ante vuestra presencia!

-Os ofusca el odio, Ganelón, estáis trastornado –dijo el rey-. Vamos, olvidad todo esto, partiréis hacia Zaragoza puesto que tal es mi voluntad.

-Así será, señor, pero quiero ir sólo, como Basilio y su hermano Basán, que fueron decapitados por los sarracenos. Si es la voluntad de dios, aceptaré, sea buena o mala la suerte que se me depara.  


Carlomagno le tendió el guante de su mano derecha y Ganelón fue a recogerlo sin ningún entusiasmo. El conde hubiera deseado estar muy lejos de allí, tal era el desagrado con que cumplía la orden del rey. Pero el guante no quedó en sus manos, sino que cayó al suelo. 

Era un mal presagio y todos los nobles exclamarn acongojados:

-¡Esto es un mal signo! Esta embajada no ha de tener mucho éxito.

Ganelón hizo como si no oyera las palabras de los asistentes. Su odio era tan grande que no hacía caso de augurios funestos. Recogió el guante y lo guardó en su bolsa, luego se inclinó hacia el rey y dijo:

-Con vuestra venia, señor, puesto que he de marchar, no quiero demorarme más tiempo.

-Podéis hacerlo, conde, id con dios y en mi nombre.

Y el emperador hizo en el aire la señal de la cruz, después le entregó el bastón y el breve.  
   
Ganelón toma el breve. Grandes Crónicas de Francia, París, BnF, Finales del S XIV

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