sábado, 23 de mayo de 2015

La Canción de Roland (8/34)

 2.- La Embajada
3.- Ganelón y Blancandrín
4.-La traición de Ganelón
5.-El sueño de Carlomagno
6.-Roldán y los Doce Pares
7.-Marsil y sus aliados


8 - Roldán y Oliveros 

El ejército infiel del rey Marsil vistió sus cotas de triple malla. Se ataron todos sus buenos yelmos y se ciñeron espadas de acero. Iban provistos de ricos escudos y lanzas, con gonfalones blancos, azules y rojos. Dejaron los mulos y palafrenes, montaron en corceles de pura raza árabe y cabalgaron en apretadas filas.




El día era claro y los rayos del sol hacían centellear las armaduras. Sonaron entonces los clarines y todos se regocijaron esperando la gloria del combate.

El ejército del rey Marsil se acercaba a la retaguardia de Roldan. Y seguían oyéndose los clarines… los oyeron los franceses y Oliveros dijo a Roldan:

-Creo que nos espera trabajo, amigo Roldán.

Y Roldán contestó en los siguientes términos:

-Que así sea, amigo, y que dios nos dé propicia fortuna. Debemos resistir por Carlos y por Francia. Esta es nuestra misión y el sacrificio impuesto. Por esta idea hemos de soportar quebrantos, fríos y calores. No importa lo que sea. Que cada uno de nosotros luche y aseste duros mandobles contra el infiel y que podamos enorgullecernos de nuestras acciones.

Los sarracenos están en el error; nosotros en lo justo. Siempre he de dar yo buen ejemplo a todos. Lucharemos y venceremos, no temáis, Oliveros.

Oliveros no contestó a las palabras de Roldán. Subió a un altozano y miró a su alrededor. Por la parte izquierda vio en seguida que por una verde cañada avanzaba el ejército del rey Marsil. Llamó a Roldán y le dijo:

-Por la izquierda, en la verde cañada, avanza un poderoso ejército de sarracenos. Me parece que nos pondrán en grave aprieto si se lanzan contra nosotros. Son muchos y muy bien armados. No es posible dudar ya. Esto lo sabía tu padrastro Ganelón cuando nos envió aquí. Él sabía que el rey Marsil iba a enviar estas fuerzas contra la retaguardia del emperador.

-No sigáis hablando, Oliveros –replicó Roldán, el caballero sin tacha-. Ganelón es mi padrastro…

Oliveros volvió a subir al altozano y desde allí vio claramente las tierras de España y el ejército sarraceno que avanzaba sin temor. En los yelmos de los infieles fulguraban piedras engastadas en oro. Las armaduras y las cotas estaban bruñidas y las lanzas tenían los gonfalones sujetos a los hierros.

Oliveros no pudo contar los escuadrones. Tantos eran que era imposible saber su número. Comprendió la inmensa superioridad enemiga y se sintió desfallecer. Lo más deprisa que pudo descendió del altozano y dio la noticia a sus tropas. 

-Acabo de ver al ejército sarraceno que viene contra nosotros. Son tantos que no he podido contarlos. En la vanguardia por lo menos habrá unos cien mil muy bien armados con escudo y lanza. Será una batalla como jamás se habrá visto. Que dios nos ayude, caballeros de Francia, nobles paladines del rey Carlos. Hemos de resistir hasta la muerte por la salvación de nuestra tierra.

Un grito unánime surgió de todos los pechos. Nadie tuvo miedo ni pensó en retroceder.

-¡Sean malditos los cobardes! –gritaron todos- ¡Lucharemos hasta la muerte!

Oliveros se dirigió entonces a Roldán, que estaba pensativo.

-Los infieles son muchos y nosotros pocos, amigo Roldán. Sólo nos queda una solución: pedir ayuda al emperador. Haced sonar vuestro cuerno, estoy seguro de que nuestros hermanos nos oirán y volarán en nuestro socorro. Con todo el ejército de Carlos nada podrán los infieles.

-No Oliveros. Jamás haré eso. Hacer sonar el cuerno sería estar loco. Nadie me miraría a la cara en la dulce Francia. Creerían que tuve miedo de luchar solo. Con mi espada Durandarte venceré a los infieles. Repartiré con ella tan terribles golpes que la hoja se teñirá de roja sangre hasta que el oro de su taza y los enemigos lamentarán haber llegado hasta aquí. Es la única solución, Oliveros, ya no podemos pedir ayuda a Carlos. No hay tiempo. ¿No os dais cuenta? Los traidores infieles se nos echan encima. Sólo hay tiempo para luchar, pero la muerte nos señala a todos.

Pero el buen Oliveros, con el ánimo acongojado, volvió a insistir:


-Escuchadme, Roldán, buen amigo; haced sonar el olifante. Es un momento tan sólo, Carlos lo escuchará y regresarán las tropas.

-No insistáis, no lo haré. No deseo que por mí sean afrentados mis padres, sé que con mi espada Durandarte que llevo ceñida a un costado podré asestar golpes terribles al enemigo. Dejadme hacer, Oliveros. Los infieles no conocen la fuerza de mi brazo, no saben que están condenados a morir.

-Haced sonar vuestro olifante, Roldán, no arriesguéis la vida de tal forma… es más seguro lo que os propongo. Carlos oirá el sonido, precisamente ahora debe estar atravesando el desfiladero… Es el momento oportuno, el emperador no nos dejará solos.

-No, Oliveros –respondió impaciente Roldán-. No es posible hacerlo. 

Que jamás pueda decirse que los infieles me obligaron a tocar el olifante, jamás podrá decirse esto de Roldán. 
Entraré en combate y mi espada se teñirá de sangre enemiga, y ningún infiel podrá escapar a la muerte. Lamentarán haber venido hasta aquí.

Pero Oliveros no se daba por vencido y se expuso de nuevo a la cólera de Roldán, iba en ello la vida de todos.

-No es deshorna, buen Roldán, que pidáis ayuda. Es natural que así sea. Los sarracenos ocupan valles y montañas, landas y llanuras. Son contables como las gotas del mar, nosotros, en cambio, somos una retaguardia de un gran ejército. Necesitamos ayuda, Roldán.

-Cuanto más inferiores seamos así crecerá más mi brío. No quiera dios ni sus ángeles que empañe yo el honor de Francia. Vale más morir dignamente que vivir con vergüenza. Lucharemos bravamente y así alcanzaremos gloria inmortal. Que el emperador pueda decir de nosotros que cumplimos como buenos paladines.

Así hablaban Roldán y Oliveros, ambos valientes, pero si Roldán era bravo Oliveros era prudente. Jamás habían sentido temor ni rehuido una batalla, ambos condes eran de noble abolengo y cada uno tenía razón en lo que decía.

Mientras tanto, los sarracenos se acercaban más y más.
Galopaban furiosamente con los ojos inyectados en sangre, ansiosos de muerte.




Oliveros los veía ya muy cerca y dijo a Roldán:

-Están ya muy cerca, Roldán, y Carlos está muy lejos. Habéis dejado pasar la oportunidad de hacer sonar el olifante, ahora ya no hay remedio. ¡Si el rey estuviera aquí!... Mirad hacia arriba, Roldán, fijaos en nuestro ejército, son dignos de compasión, todos morirán en la batalla.

Roldán se enfureció con las palabras de su compañero y exclamó con voz desabrida:

-Habláis de forma insensata, dejaos ya de palabras inútiles. Ahora sólo nos queda luchar por el emperador y por Francia. Que nadie sea cobarde en la batalla, mantendremos en alto nuestro pabellón y atacaremos primero.

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