martes, 10 de noviembre de 2015

La Canción de Roland (12/34)

12.- El Olifante de Roldán 


Quedaban ya muy pocos franceses. El conde Roldán vio la gran matanza de los suyos y habló con Oliveros.

-¿Qué os parece, Oliveros? ¡Cuántos hombres nuestros yacen en el campo de batalla! ¡Dios mío! Ahora sí que debemos llorar por la dulce Francia, privada de tantos barones ilustres y valientes, ¡qué desconsolada va a quedar nuestra tierra!

-Amigo Roldán; no vale entristecerse ahora, nada podemos hacer, el enemigo era inmensamente superior y aunque muchos murieran tenían los hombres suficientes para vencernos.

Esto dijo Oliveros con acento triste y Roldán le replicó;

-Algo nos queda aún por hacer, Oliveros. Si el emperador nos ayudara…. Si pudiéramos avisarle…

-¿Cómo? No es posible avisarle ya. Muramos antes de caer prisioneros de los infieles.

-Podría avisarle si tañera el olifante –repuso Roldán-. Carlos oirá el olifante y vendrá en nuestra ayuda. No nos dejará solos, estad seguro de ello.

-Pero eso sería una gran vergüenza para nuestros parientes… no podéis pedir ayuda, Roldán, cuando yo lo propuse no aceptasteis, ahora ya es tarde.

-Lo haré, Oliveros – repuso Roldán.

-Hacedlo, pero será en contra de mi parecer.

-No es hora de reproches, Oliveros. Hemos hecho cuanto se ha podido, ya no es posible hacer nada más. Sólo podemos esperar la ayuda de Carlos el emperador.

-De acuerdo, Roldán, tocad el olifante aunque no sea esto un acto de valor, pero veo que estáis lleno de sangre…

Y Roldán respondió:

-Es la sangre de mis enemigos la que veis en mis brazos, la lucha ha sido terrible, ea, vamos, tañeré mi cuerno y Carlos lo oirá.

Pero Oliveros seguía aún en sus convicciones y repuso:

-Hacedlo, ya os he dicho que no contaréis con mi aprobación. No cumple a los hombres de pro como voz pedir ayuda ahora, os lo pedí antes y no me hicisteis caso. Si el rey hubiera estado con nosotros nada de esto hubiera sucedido. Nuestros hombres han cumplido bien, han luchado con honor, los que yacen en el campo de batalla nada tienen que reprocharse, son unos valientes. No, no estoy conforme con vuestra actitud, y si vuelvo junto a mi hermana Alda haré cuanto pueda para impedir que os caséis con ella.

Roldán, al ver la cólera de Oliveros preguntó:

-No comprendo vuestra irritación ¿Por qué decís eso?

Y Oliveros contestó:

-Porque vos, Roldán, tenéis la culpa de todo. Bien está la valentía sensata pero no la locura, es mejor ser prudente que jactancioso. Si los franceses han muerto vuestra es la culpa. Habéis sido ligero e imprudente y nuestro heroísmo no ha servido de nada a Carlos.

-Me ofendéis, Oliveros, habláis sin pensar…

-No Roldán, sé muy bien lo que digo, si me hubierais hecho caso cuando os pedí que tocarais el olifante, mi señor Carlos hubiera regresado y la batalla no se hubiera perdido. El rey Marsil estaría ahora prisionero o muerto.

-Sólo son suposiciones vuestras, Oliveros.

-No son suposiciones, vuestra intrepidez ha sido causa de nuestra desgracia. A Carlos no le servirá de nada el heroísmo desplegado por nuestro ejército, vos y yo moriremos y Francia quedará deshonrada. Lo siento, Roldán, pero hoy termina nuestra amistad. Cuando llegue la noche nos habremos separado para siempre.   

El Arzobispo Turpín oyó la discusión y reprendió a los dos capitanes.

-Nobles capitanes, os pido en nombre de dios que no disputéis más. De nada os van a servir las rencillas, creo que hacer sonar el cuerno no podrá salvarnos de la muerte, pero sin embargo podéis hacerlo. Quizás sea lo mejor sólo para que acuda el rey y pueda derrotar al rey Marsil e impedir cosas funestas. Cuando acudan los franceses sólo encontrarán nuestros cadáveres, pero al menos nuestros cuerpos no serán profanados por los sarracenos. Nos llevarán en ataúdes sobre acémillas y llorarán por nosotros, seremos enterrados en los atrios de los monasterios y no seremos pasto de lobos, cerdos y perros.  

Esto dijo el arzobispo Turpín y Roldán se alegró de ello.

-Habéis hablado bien, señor arzobispo, estoy del todo conforme con vos.

Entonces Roldán se llevó a la boca el olifante, lo ajustó bien y sopló a pleno pulmón. Altos eran los montes, pero la voz del cuerno parecía traspasar todas las barreras. Por lo menos se prolongaba a treinta leguas a la redonda.


Tal y como supuso Roldán, Carlos, el emperador oyó el olifante y con él lo oyeron también todos sus barones.

Carlos se estremeció y dijo:

-¡Nuestros hombres están en peligro! ¡Roldán nos llama!

Y el traidor Ganelón procuró ocultar la verdad y dijo:

-Si otro dijera tal cosa no la creería. No debe de ser el olifante de Roldán.

Con grandes esfuerzos el conde Roldan seguía tañendo el olifante. La sangre brotó por su boca, tenía rota una sien. Tal era l esfuerzo del conde al hacer sonar el olifante y que se pudiera oír a muchas leguas a la redonda. El dolor y la congoja de Roldán aumentaban por momentos pero el héroe no cejaba en su desesperado intento.

El emperador Carlos había oído el sonar del cuerno cuando pasaba por los puertos. El duque Naimón que iba a su lado también oyó el sonido, muchos soldados detuvieron la marcha y permanecieron a la escucha. Pero Carlos no podía dudar más y exclamó acongojado:

-¡Si, es el olifante de Roldán! No hay duda, Roldán no lo tañería si no estuviese en gravísimo peligro. Debe de estar empeñado en una batalla.

Y Ganelón seguía intentando engañar al rey:

-No hay nada de eso, señor, no es el olifante de Roldán ni tiene lugar ninguna batalla. Los años pesan en vos, vuestra barba está blanca y florida, pero diciendo esto parecéis un niño. ¿No conocéis el gran orgullo de Roldán? Jamás pedirá ayuda. ¿No recordáis cuando sitió Napal sin vuestra autorización? No puede ser Roldán, y si lo es y tañe el olifante es que habrá inventado un nuevo juego de los suyos ante sus pares. Nadie es capaz de luchar contra Roldán, tranquilizaos, señor, y sigamos nuestro camino hacia la dulce Francia. No podemos detenernos ahora, la tierra mayor aún está lejos…

El conde Roldán tenía la boca llena de sangre y las sienes rotas por el tremendo esfuerzo realizado. Sentía un dolor intenso, pero seguía tañendo el olifante, última esperanza de ayuda aunque no sirviera más que para dar a él y a los suyos una honrosa sepultura. El sonido del cuerno llegaba ahora por los puertos y se oía con claridad, Carlos lo oyó de nuevo y también todos los franceses.

El emperador exclamó angustiado:

-Este cuerno suena con insistencia…

El duque Naimón que estaba junto al emperador respondió:

-Alguien de los nuestros corre gravísimo peligro, estoy seguro de que Roldán nos llama y que se está librando un combate. No os fiéis de palabras engañosas, el mismo que nos ha traicionado trata de engañaros ahora. Hemos de ayudar a Roldán, señor. Lanzad vuestro grito de guerra y volvamos atrás a socorrer a nuestras tropas. ¿Oís señor? El mismo sonido de antes pero cada vez más lúgubre. Roldán desespera de nuestra ayuda. No vaciléis más, señor.

El emperador hizo sonar los cuernos de guerra. Los soldados echaron pie a tierra y se endosaron lorigas y yelmos y se ciñeron las espadas guarnecidas de oro. Los franceses llevaban escudos bien labrados, fuertes lanzas y gonfalones blancos, rojos y azules. 

Los barones del rey montaron en sus corceles y a una orden del emperador todo el ejército se puso en marcha hacia Roncesvalles en ayuda del héroe. 

-Ayudemos a Roldán -decían todos-. Si está vivo combatiremos con él bravamente. 

Pero de nada sirvió todo el esfuerzo. Llegaron demasiado tarde. 

Capítulo 13.- La muerte de Oliveros



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