jueves, 12 de febrero de 2015

Las voces del viento en los Pirineos navarros (II de II)




Y se eleva de nuevo, llevándose en sus alas los ecos de la gran epopeya, los gritos de guerra de los francos, el alayua rudo y salvaje de los montañeses, las plegarias del arzobispo Turpín, los tristísimos y lamentosos ecos del olifante de Rotlando, y las nobles y piadosas palabras de adiós del esforzado paladín al expirar cristianamente abrazado a su limpia espada Durandal, tendido sobre mohosas y ciclópeas rocas.


Escuchadlo ahora en las inmediaciones de Pamplona y en las breñas de Olast, de donde parece traer la salvaje gritería de la morisma, deshecha y sepultada en las nieves por el bravo Sancho Abarca y sus huestes aguerridas, y por las amazonas roncalesas ¡y cien caudillos más!


Oíd después lo que os relata al trasponer la sierra de Leire, repitiendo memorias santas de aquel viejo cenobio, testigo del éxtasis secular de su venerable abad Virila; escuchad las aclamaciones entusiastas con que se recibe a las reliquias de las santas mártires Nunilón y Alodia, y las voces augustas de los reyes, de los paladines, de las legiones de guerreros y de los obispos refugiados allí, huyendo del furor de la morisma; las discusiones de los concilios y asambleas celebradas bajo las veneradas bóvedas románicas; baluarte inexpugnable de la religión y de la patria, y la salmodia de la oración que desde el fondo de la ciclópea y misteriosa cripta legeriense elevan al cielo multitudes de santos religiosos.
Y ved cómo llegan también a nuestro oído voces y rumores análogos de todos lo ámbitos de la tierra navarra, de los cenobios Urdaspalense, de San Zacarías, de San Pedro de Usún, de Igalense, de Irache, de Iranzu, de La Oliva, de Urdach, de Fitero y de otros cien monasterios elevados por la piedad de nuestros abuelos.


¡Cómo resuena al salir de las frondosas selvas de las abruptas Améscoas, llevándose las aclamaciones de los montañeses navarros que eligen y alzan sobre el pavés, en aquellas soledades, a su primer rey y señor!(1)

¡Cuan misteriosas y patéticas memorias arranca de las sombrías breñas del enhiesto Aralar, relatándonos misterioso, trémulo, a media voz, el parricidio horrible del caballero Don Teodosio de Goñi, su penitencia edificante, su lucha con el dragón, y contando con vibrantes voces la aparición del Arcángel glorioso y la fundación del venerado santuario en aquella helada cumbre! 

Pero observad cómo aquellos enérgicos acentos, cómo aquellos gritos, terroríficos quizá, pero grandiosos, henchidos de vida, de fe y de entusiasmo, van amortiguándose.
¡Oíd cuán vagos resuenan ahora en nuestros oídos; ved cómo baja su diapasón, confundiéndose con algo incoloro y falto de carácter, de forma y de brillantez, como sucede a los rayos del esplendente sol cuando les cierran el paso las espesas y plomizas brumas que surgen de los barrancos del Pirineo! ¿Es que las brisas y los vendavales de nuestras montañas nada encuentran ya que relatar? ¿Es que ya no hay pasiones en el alma de nuestro pueblo, y que éste ha alcanzado un grado de cultura que le hace inaccesible a las de otros tiempos? ¿Es perfecto o degenerado? 
¡Ay! ¿quién puede saberlo?




Pero ¡qué hermosos eran aquellos acentos viriles, aquel estruendoso rumor de luchas, de triunfo, o de intensos dolores, de fe y de entusiasmo, de expansión y de selvática cólera, y de independencia indomable, y cuán bien se armoniza con nuestras ciclópeas montañas, con nuestras misteriosas cavernas y nuestras insoldables simas y nuestros torrentes mugidores ese retemblar del alma vascónica, escondida majestuosamente en la profundidad de las selvas, en el seno de la virgen Naturaleza pirenaica, a la que está unida y asimilada hasta confundirse con ella, y separada de la cual no puede existir! 

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(1)Se refiere a la leyenda de la entronización de García Jiménez. 

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