Cada persona tiene su olor, o eso dicen. Es un olor que no
sale a la luz entre desodorantes, champús, perfumes y cremas pero es un olor
que se percibe sutilmente entre ese desodorante, champú, perfume o crema, pues
huele diferente sobre cada uno.
Las casas y las calles también desprenden diferentes olores
característicos, por muy limpias y aseadas que estén.
Cuando el tráfico es escaso en la calle de San Pedro el olor
a silo dulce y leña quemada me hace sentirme en la Abaurrea Alta que recuerdo
de la infancia. Cierto es que estos olores no se dan en la calle de San Miguel,
en esa calle el olor a silo fresco y calor hogareño es desplazado por otro olor
de tipo selvático, mezcla de musgo y ruderales: es el que me abraza y me recoge
cuando llego a casa.
Tenemos memoria olfavita, y todos esos olores que percibimos
en la niñez nos acompañarán de adultos en forma de recuerdo.
En la temporada
que pasé lejos de aquí, alguna vez entre los semáforos, avenidas llenas de
gente y perfumerías que escupían su peste a colonia y tiendas de bisutería
étnica que olían a incienso made in China, me venía sin motivo aparente, durante
unos segundos, ese olor a Abaurrea, mi Abaurrea.
Esos segundos valían para animarme el día… luego he leído
que se llaman “alucinaciones olfativas” pero ¡benditas alucinaciones aquellas
que me transportaban aquí durante unos instantes!.
He de decir también que no
sé si se tiene un recuerdo más vivido en la infancia, o que en mi infancia no
pasaban tantas motos ni coches por la carretera pero lo cierto es que son pocas
las veces en las que saliendo a pasear por la Calle de San Pedro recojo ese
olor al respirar, ahora a menudo un quark pasa ruidoso por la carretera y he de
taparme la nariz porque no sólo ha manchado mis oídos a su paso, también está
manchando mis pulmones y el recuerdo ambiental que me llevaré de ese paseo.
Pero si, a veces aun sale ese aroma y el respirar mismo se
vuelve placentero y acogedor. Así es cómo huele Abaurrea Alta. Mi Abaurrea.
Las casas también tienen lo suyo… seguro que en la ciudad
también pasa pero aquí se detecta mejor y más intensamente (quizás por la falta
de tubos de escape y perfumerías o tiendas de abalorios a pie de calle): no hay
dos casas que huelan igual.
La mía –y de esto sólo me doy cuenta cuando paso unos días
fuera y vuelvo- siempre huele a mi abuela (sobre todo) y a sus hermanas. No es
que mi abuela oliese cómo esta casa, es que esta casa huele cómo si aún la
habitase mi abuela. Es un olor antiguo y seco, cómo una mezcla entre naftalina,
carbón e incienso. Es un olor tan potente que apaga el mío propio y el del
cajón de la arena del gato que hoy ya hace un montoncito en el pasillo.
De pequeña he pasado laaargas y aburridas tardes en las
cocinas de otras casas del pueblo, era lo normal y hoy es cuando lo aprecio.
Adoro el recuerdo que tengo de todos aquellos olores de cada casa que recogí,
aunque de pocos me acuerdo con nitidez. “Así
olía la cocina de Martinico” “Así olía Mariko” “Así olía Orbara” "Así Juantzuriz" “Así Esteban”
“Así casa Quijo” “Así Gárate”… y un largo etcétera. Alguna vez de adulta he
tenido la oportunidad de pasar al recibidor de alguna de esas casas y olía
igual, aunque aquellos a los que yo iba a visitar se hubiesen muerto hacía
años. ¡Menuda sensación! ¡Cuántos recuerdos tan sólo al respirar! ¡Era cómo que
te abrazasen sin tocarte! La casa misma te habla en un idioma primario.. y te
da la bienvenida.
Cuando en el Museo de Estelas digo eso de… “Aquí la casa es
un miembro más de la familia, de hecho es el miembro más importante de la
familia porque sirve para unir a las diferentes generaciones…” en un principio
suena un tanto extraño, los visitantes lo escuchan y lo entienden a la primera cómo algo
exótico pero eso mismo se lo suelto a un vecino y me tuerce el morro porque
–aún- no es del todo consciente de ello:
No es algo que lo digan los etnógrafos
porque sí, lo dicen porque es la conclusión de lo que han obtenido
estudiándonos cómo a conejillos de indias: aquí la casa es un “espíritu
protector de la familia” un “ente que une a las generaciones”, no es sólo un
edificio, te salva del frío en el
invierno, te refugia de noche, tiene su propio nombre ¡y olor!... ¡es un
miembro más de la familia! ¿desde cuándo tendrá ese olor?
No conozco mucho las costumbres actuales entre los vecinos,
así que mientras escribo esto pienso en si algunas de las casas ahora olerán al
Ambipur 9000 aroma floral tropical y no a “Casa tal” o “Casa cual”. A priori lo
dudo, porque las furgonetas que vienen no traen de esas cosas tan pijas y sofisticadas
y seguro que aún poniendo uno o veinte Ambipures repartidos por toda la casa el
olor, el verdadero olor de la casa, vencería a cuantas lavandas hubiesen
comprimido torturadas para meter en los dichosos tarros.
Es más, antes de llenar nuestros pasillos con ambipures veo
un nuevo mercado; el del ambientador que huele a la calle San Pedro de
Abaurregaina, y si se vende sacar también el de la calle San Miguel. Y si los
precios se abaratan y permiten tiradas pequeñas… también vender uno que huela a
“Casa Esteban” a “Casa Aurea” a “Casa Gárate” a “Casa Quijo”… Habrá que ver
costes pero de entrada tengo un buen nicho de mercado que pagaría para que su
casa oliese cómo la tuya durante unos días, porque le trae buenos recuerdos.
Porque quiere estar ahí al menos con la mente. Porque ese olor lleva ahí más de
cien años.
Porque las casas en Abaurrea Alta no son sólo casas. Cuando las visitas las recuerdas cómo algo que atesorar de por vida... y respirar -aunque sea de manera artificial- el olor a cualquiera de sus cocinas te dan ese abrazo o apoyo sin palabras, ese "sentirte bienvenido" que tanto falta hoy en día por doquier.
Para ello aún deberá pasar el tiempo, hay que contratar a
expertos en olores que busquen la mezcla perfecta sintética y artificial y ver
cómo meterla en un tarrito, también hay que diseñar la caja con sus brillitos y sus letras
doradas, sacar una foto resultona de los pirineos o de una cocina aparente... pero cuéntame ¿no valdría la pena?
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