lunes, 12 de octubre de 2015

La Danza de Ochagavía, según Julio Caro Baroja

En un estudio del célebre etnografo Julio Caro Baroja titulado "La significación de algunas danzas vasco-navarras" describe con precisión la Danza de Ochagavía a la que ya le dedicamos su entrada. Su estudio, centrado en la iconografía dice así:



El día de la Virgen de Septiembre, es decir, el 8 de aquel mes, fiesta del pueblo navarro de Ochagavía, en el valle pirenaico de Salazar, se celebran las fiestas. Es patrona la Virgen de Muzquilda, que está en una ermita construida, según dicen, sobre los restos de una iglesia de caballeros de San Juan o acaso templarios. Pero, en fin, esto no nos interesa. Luego de celebrada la misa, en una hermosa pradera cubierta de una hierba fina, verde y rodeada de árboles magníficos, sobre los que se ven los riscos y pastizales de carácter ya distinto a los propios del país vasco en Guipúzcoa y en la zona navarra del Bidasoa, se celebra, en medio de la expectación general, la danza interesantísima que vamos a describir.



Al son de la gaita y el tamboril, de una gaita chillona y de un tamboril monótono, tocado en otra época por un viejo que iba de fiesta en fiesta con el gaitero (o los gaiteros), salían ocho mozos danzantes, con pantalones blancos, camisa del mismo color, abarcas vistosas, polainas con cascabeles, mozos de cuyos cuellos pendían anchas cintas de telas diferentes, tocados con un caprichoso gorro, de forma cónica.

Estos mozos, de los que no conozco la designación, el nombre especial, iban dirigidos por una especie de jefe, llamado el «Bobo». El «Bobo», es una figura interesantísima.

La máscara le es característica,  hace que recuerde de un modo sorprendente, a las figuraciones del dios Jano. Por delante, correspondiendo con la cara real del individuo, el «Bobo» aparece como un hombre barbudo, de barbas con un mechón blanco y tez también blanca completamente: por detrás, el «Bobo» es un hombre barbudo asimismo, pero con la cara negra u oscura. «Viva Bobo» reza un letrero que tiene bordado en la espalda. 

La danza tiene varias partes, varios números y figuras: en unas, los danzantes usan los palos y en otras pañuelos. La figura primera es la llamada «El Emperador»: consiste en un entrecruzamiento de dos grupos de cuatro que, con sus palos, se golpean. La figura segunda, con otro ritmo, propiamente una «makil dantza», consiste en un entrecruzamiento parecido al de la primera. La tercera figura, es el «Tru-la-lá», más rápido y alegre aún que los anteriores. En cambio la quinta, a la que se llama el «Modorro», como su nombre lo indica, es muy lenta. Los danzantes golpean el suelo con sus palos, como si estuvieran escardando, y quedan en ocasiones como hipnotizados o dormidos. Luego, hay unos juegos de pañuelos y una escena curiosísima. El «Bobo» pasa bajo sus compañeros, que sostienen los pañuelos formando triángulos sobre su cabeza, simulando él también la escarda. Una jota final, individual, en que cada uno baile en honor del que le sigue, parece cerrar la danza. El último en bailar dicha jota, es el «Bobo», y consta ésta de tres partes: pies entrelazados, giros y andorga. 

Al día siguiente, hay un banquete para los danzantes. Si se compara la estructura de esta danza con la «jorraiz-dantza» y la «makil-dantza», se vé el estrecho parentesco que tienen las tres. El paloteo y la escena fingida, les son comunes. La identidad del pellejo golpeado o pasado por las filas de danzantes, con el «Bobo» que pasa bajo éstos, parece, pues, cierta. De esta identidad se puede deducir que todas estas danzas, en un principio, se debían celebrar en una fiesta especial del año, y que la fecha patronal en que se celebran actualmente, nada tiene que ver con ella.

Haciendo un razonamiento lógico, se puede pensar que una simulación del trabajo con escarda o azada, debía de tener lugar, si con ello se quería obtener algo, como parece que se pretendía, en el momento en que realmente se hiciera el trabajo en los campos: es decir, en la primavera o en el invierno, nunca en pleno verano. La fecha del carnaval en que se hacía el baile en Guipúzcoa también, parece convenir más a tales bailes, por tanto, que la del 3 de agosto o el 8 de septiembre, aunque acaso haya de retrasarla más, si se tiene en cuenta que «jorrailla» mes de la escarda, es la denominación propia del mes de abril en algunos dialectos o del de marzo. 

En lo tocante a la significación interna de las danzas, algunas dudas pueden ofrecerse al lector. En el baile de Ochagavía, vemos que de la primera a la tercera figura, el ritmo se va acelerando; en la cuarta parece adormecerse, en cambio. Esto indica, acaso, el ritmo de las labores del campo o el mismo de las plantas en su desarrollo. El final en la «jorrai dantza» y en la «makil dantza», representa claramente una expulsión.

En la danza de Ochagavía, la expulsión no es tan clara, pero la naturaleza del personaje que pasa entre las dos filas de danzantes, está muy definida. Ya no es el pellejo de significación problemática, sino una especie de Jano, una especie de ser de doble naturaleza el que aparece. ¿Qué es o qué representa éste? He aquí lo que —si mis razonamientos no son infundados— se verá en el capítulo siguiente, con cierta claridad.

En el siguiente capítulo, Julio Caro Baroja describe un rito romano recogido por Plutarco que consistía en danzas en las que se golpeaban danzas y escudos. 






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